Monday, June 28, 2010

DIA 9. Días de fiesta


La comarca se prepara para un día grande. Varias zonas rurales están de fiesta. Se amontonan cantidades enormes de harina para la nsima que se necesitará el próximo sábado. Un grupo de mujeres y niñas va de puerta en puerta con un tambor bailando y cantando a voces que la fiesta ya llega, que se acerca el día, que hay motivos para estar feliz y que contribuyamos a la causa. Se reparten telas para los vestidos que habrá que llevar el gran día. Cada uno participa con lo que puede. Los cánticos, la comida, los bailes… la fiesta dura cerca de un mes, y a medida que se acerca la fecha aumentan en número. Considerando que quedan apenas cuatro días, no hay momento desde que sale el sol hasta que se pone en que no se escuche algún cántico a lo lejos (o en tu misma puerta). Tengo fortuna de haber llegado en un momento inmejorable: el próximo sábado tendrá lugar la boda de Patricia. Se casa con el Señor. Hace los votos perpetuos en la congregación de los Carmelitas.

De todas las entrevistas que he tenido, ésta ha sido la más difícil, pero quizá una de las más interesantes. Cuando me enteré que Patricia, una chica de Malaui que entró en el convento hace nueve años, profesaría sus votos perpetuos el unos días, y cuando vi todo el alboroto que se estaba generando en torno a ella, decidí que tenía que entrevistarla. Para la gente de aquí, el acontecimiento es similar a una boda, y las bodas se celebran por todo lo alto. La verdad que la historia tenía de todo: un momento festivo en el que brotaría lo más profundo de la cultura africana, una joven de treinta años de cultura malawiana pero católica (es decir, de cultura totalmente distinta), el fin de un período de nueve años de preparación e idas y venidas por Malawi, Tanzania y Nigeria. Una historia con muchos matices y asuntos espinosos. Aceptó mi invitación.

Eran las 4:30 de la tarde, y como no había luz le pedí empezar por la foto. No sabía si hacerla en la capilla o en el jardín que tienen en su casa. “Depende del mensaje que quieras transmitir”, me dijo. Joder, vaya respuesta. Tragué saliva. Ya no estaba ante gente sin estudios que se volvía como loco por entrevista con el msungu, estaba ante una persona que me preguntaba por el propósito de la misma, que estudiaba dónde encajaría mejor la foto con el mensaje que quería transmitir, y que acabaría la charla haciéndome ella preguntas a mí. “Pies de plomo”, me dije.

Fue una conversación entrañable. A mí lo que más me interesaba era saber cómo encajaba el catolicismo en una cultura tan diferente a la nuestra, con diferentes creencias, ritos, relaciones de parentesco, etc. Charlamos un rato, reímos y tratamos temas muy interesantes. La suya había sido una vocación temprana, pues ya sus padres eran practicantes. Me dijo que, evidentemente, es difícil compatibilizar las religiones que trajimos lo europeos con la cultura de aquí, pero que es posible, dependiendo de con quién te topes, pues los más arraigados lo toman como una invasión cultural. Ella no, ella conserva su familia, sus costumbres, sus bailes, cánticos, comidas, fiestas… pero es católica. Ahora quiere estudiar enfermería para poder ayudar aún más en el hospital que han construido aquí. Le pregunté cómo se sentía días antes del su gran día, y me contestó que “Happy”, pues por fin iba a cumplir un sueño que tenía desde que era chica y veía a las hermanas carmelitas cerca de su casa cuidando enfermos y dedicando su vida a los demás. Le di la enhorabuena y me retiré.

Así que la tarde fue entera para ella, pero la mañana, sin embargo, la diversifiqué entre mucha más gente. A las 7:30 ya estaba despierto, duchado y desayunado, así que me dirigí al mercado más cercano. Anduve un poco por la carretera cuidándome bien de los consejos de la Hermana Cloti: “Ten cuidado, cuando te vean con ese maletón pueden intentar robarte”. No pasó absolutamente nada y el trato fue genial. Evidentemente fui la atracción esa mañana en el mercado, pero más allá de la curiosidad que pude causarles, la realidad es que las entrevistas se sucedieron con éxito y volví con un material bastante interesante.

Los entrevistados: un mercader, un mecánico, un barbero, una tendera y una chica afectada por el sida que había recorrido 500 km buscando a su hermana para que le diese algo de comer para sus hijos que le esperaban en casa. Tuve la suerte de encontrarme a un joven que hablaba inglés, así que se vino conmigo toda la mañana dispuesto a traducirme las entrevistas que tuviera por delante, que fueron cuatro o cinco. A veces este tipo de personas te las encuentras fruto de la casualidad, cuando parece que ya no hay nadie alrededor que hable tu lengua y de repente surge de la nada una voz que dice: “Hi!” Le respondes, te saluda, nos preguntamos cómo estamos y de ahí surge un traductor que pasa la mañana entera contigo. Al final quise pagarle por su trabajo y para mi sorpresa quitó la mano. Fue un shock. ¿De verdad hizo todo eso desinteresadamente? Al contrario que otras veces, no lo dude y le metí el dinero en el bolsillo de la camisa, se lo había ganado.

Sunday, June 27, 2010

DIA 8. KAPIRI, perdido en la nada.


Cuando preparas un viaje de este tipo cometes aciertos y errores. Hoy voy a hablar de los aciertos. Por ejemplo, la camisa. Muchos pueden pensar que ir con camisa aquí es un lujo innecesario. Nada más lejos de la realidad. A mi juicio, la camisa en África ha sido el mejor invento. Cuando hace calor te remangas (que lo hace, y mucho, y eso que estamos en invierno); y cuando hace frío o llega el atardecer con la consiguiente entrada en escena de nuestros queridos amigos los mosquitos, pues te sacas la manga y punto. Aparte hay un elemento fundamental, el bolsillo. Si tuviera que enumerar las veces que he sacado mi libretita y mi bolígrafo del bolsillo de la camisa para apuntar algo, perdería la cuenta. Cualquier dato, nombre, calle, lugar, persona, teléfono… la libreta es fundamental, y el sitio de la libreta es la el bolsillito de la camisa.

Siempre salgo con mi mochila a cuestas. Siempre, vaya a donde vaya. No se me ocurre pensar: “Da igual, luego paso a recogerla”. No. La llevo siempre. Y lo que llevo en mi mochila, por supuesto, es la cámara, con todos sus accesorios: objetivos, baterías, tarjetas de memoria, flash, monopié, mini-trípode, kit de limpieza, CD´s vírgenes, un portátil pequeñito, un disco duro externo, las tarjetas de visita, más bolígrafos y otro bloc de notas. Ese es mi equipo fotográfico y lo llevo siempre a la espalda.

Aparte llevas cosas necesarias para sobrevivir aquí, y como tengo espacio en la maleta, pues las meto: una linterna, pues la luz se va continuamente, dinero, unas gafas de sol, un libro, un pequeño diccionario de inglés-chichewa sacado de Internet, una navaja multiusos, una botella de agua, y por último un repelente para los mosquitos, por si me pilla en medio de algún lugar perdido. Perdido… ahora que lo menciono…

Hoy me he ido con el padre Dionisio, un carmelita que lleva en Malawi desde el 67, a una zona rural. Más rural que la zona rural en la que ya estoy, se entiende. Nos hemos adentrado en la llanura más espesa imaginable y de repente ha aparecido una iglesia. Mi intención era, aparte de conocer un poblado de tales características y ver qué tipo de gente merodeaba por allí, entrevistar al jefe del poblado. Como llegamos una hora antes de que empezara la misa pues me fui a dar un paseo, y por su puesto me perdí.

Cogí un camino de tierra flanqueado por matorrales, espigas y malezas que en ocasiones sobrepasaba con creces mi altura. De repente se abrieron dos caminos, y cogí el que más me apeteció. Cuando ya llevaba dos o tres bifurcaciones de ese tipo, me acordé del pésimo sentido de la orientación del que dispongo, así que me propuse memorizar el camino, algo para lo que también soy malo: memorizar. Así que seguí andando. Fue muy desalentador porque cada vez que encontraba una casita me miraban como si fuese un extraterrestre. La cosa era más o menos así: los niños jugando, como siempre; me miran, se extrañan, llaman al padre o la madre que sale en seguida, se pone delante, se acerca y me mira, les saludo en chichewa y ellos responden de mala gana. Algo pasa, este no es el “Warm Heart of Africa” del que tanto hablaban y que he experimentado en otras zonas. No desespero. Sigo saludando en cada pobladillo que encuentro. Digo pobladillo porque lo que aparecen son dos o tres casas de adobe de vez en cuando, no más. En el mejor de los casos, hay una hecha de ladrillo.

Por fin topo con alguien que habla inglés. Increíble. Desde hace tiempo en Malawi la educación primaria (además del servicio sanitario) es totalmente gratuita, y claro, algo de inglés aprenden. Acompaño a este joven en su camino, a él y a mujer. Bien, otra mujer. Hablamos. Caminamos. Por supuesto me despisto aún más y a estas alturas ya estoy totalmente perdido. Le digo al chico que le acompaño a donde vaya con tal de conseguir la entrevista y el retrato de su mujer. Van a una iglesia pentecostal, a cuatro kilómetros. Emprendimos la marcha sin saber muy bien cómo acabaría la aventura y sobre todo cómo volvería yo a la iglesia donde estaba el padre Dionisio esperándome. De repente, apareció de uno de esos altos matorrales alguien con una camisa azul chillona en la que ponía en grande Catholic y algo más abajo que no pude leer. Era el jefe del poblado al que yo quería entrevistar, al cual el padre Dionisio le había mandado buscarme.

Así que entrevisté a la pareja con la que caminaba, me despedí de ellos y me volví a la iglesia católica con el jefe del poblado, un converso católico llamado Alphonso. La influencia inglesa se nota mucho en Malawi y hay bastantes presencia protestante, pero las misiones católicas han arraigado mucho, sobre todo a raíz de la construcción de iglesias, hospitales y centros de enseñanza, y así es como gente del tipo de Alphonso (que por supuesto antes no se llamaba así), un africano de a pie inmerso en una sociedad matriarcal (al menos en esta parte de Malawi así era), se había convertido al catolicismo.

Nunca olvidaré esas voces, esos cantos. Dios mío, parecían ángeles.

Tras la misa, lo entrevisté. Otro espectáculo. El padre Dionisio aparece por esa zona una vez cada dos meses, porque tiene muchas iglesias a las que acudir. Así que este domingo fue un acontecimiento. Un evento social. Hubo 12 bautizos. Fue un encuentro de todos los miembros del poblado en el que se celebró la eucaristía, se hicieron ofrendas a Dios trayendo cada uno lo que pudo, y se dieron los anuncios para las próximas semanas. Evidentemente no entendí nada de la celebración, excepto una palabra que repitieron mucho: Mulungu, por lo que supuse que significaría Dios, o Señor.

Al parecer, Alphonso pertenece a la Catholic Comission for Peace and Justice, una especie de organización encargada de llevar a los poblados formación referente a asuntos del gobierno: constitución, leyes, solución de conflictos… me enseña el programa y los libros. Parece interesante. Educación en los campos. Dos veces por semana él y cinco jefes más se reúnen en torno al pueblo y le enseñan. Su cargo de village head man es vitalicio y hereditario. Él lo heredó de su tío y cuando él muera lo heredará su sobrino, siempre de la familia de la madre.

El retrato fue un espectáculo: él estaba sentado en una silla a la entrada de la iglesia y alrededor tenía a toda la muchedumbre maravillada ante la novedad del circo montado. Al terminar me ofrecieron comer con ellos nsima, una masa insípida hecha a base de harina y agua hervida; por lo visto es la base de la alimentación de Malawi. Aceptamos, comimos y volvimos a casa.

La tarde la pasé jugando al voleibol con unos chavales del recinto. Al voleibol no soy tan bueno como al billar, así que la paliza fue de órdago. Me fui a casa derrotado, cansado y sudando. Me duché y, por primera vez desde que llegué a África hace una semana, me cambié de pantalones.

DIA 7. KAPIRI, la misión de los carmelitas


No sé cómo retomar el relato, cómo contar las cosas, cómo darle importancia a la foto después de ver lo que pasa aquí día a día. Tengo dos salidas posibles (ya me lo advirtieron): o bien me convierto en una hermanita de la caridad o bien en un cínico, pero seguir haciendo fotos sin más… ¡qué complicado!

Ayer entrevisté al director de la escuela y a un chico de un poblado. Tras acabar la entrevista, el chico me pidió que le pagara los estudios; el director me pidió también otro favor. Se ve que al final nadie hace nada gratis; te doy una entrevista, ahora tú me das algo a cambio.

Por la noche me fui a Capiri. Dejé la misión de María Mediadora para irme a ver lo que se cocía en los alrededores de los Carmelitas. En África, como en otras tantas partes deprimidas del mundo, la caridad es patrimonio de Iglesia Católica: hay mucha gente ayudando aquí, pero son principalmente las religiosas y los misioneros los que dedican su vida a ayudar a los más necesitados. No encontraras un país aquí en el que no haya una congregación o una orden instalada.

Me levanto con remordimiento, pues es tarde, son las ocho de la mañana. Salgo al exterior de mi nuevo aposento y me siento desalentado al ver que no conozco a nadie. Justo ahora que empezaba a conocer a la gente de Mlale, resulta que me cambio de lugar y tengo que empezar de cero. Se suceden las miradas, los comentarios entre coros, los niños gritando ¡mzungu, mzungu! (¡blanco, blanco!). El proceso de ganarse a la gente es lento, y quizá haya sacado la cámara demasiado rápido. Tengo que volver a hacer lo que hice en Mlale: pasear, hablar, reír, discutir… y ya entonces entrevistar y hacer las fotos. Como esa mañana estaba un poco cansado de tanta foto de hospital decidí que era la hora de salir a la calle, dejar el recinto, ver mundo. Cogí la carretera y me puse a andar hasta que encontré un pobladillo llamado Kathobwa. Allí di con un chico que hablaba inglés, pero esta vez mi objetivo ahora eran otro: las mujeres. Muchas veces hablo de mi proyecto con gente que lleva mucho tiempo aquí para ver si se le ocurre algo en lo que yo no haya caído. Así que, hablando con una de las religiosas acerca del proyecto, me dijo que por qué no entrevistaba a mujeres. ¡Qué estúpido! ¡Cómo no había caído en la cuenta! Hasta ahora no había hablado con ninguna. Todos habían sido varones. Tampoco es casualidad, las mujeres tienen un papel secundario, están en las casas, no hablan tanto inglés, las posibilidades de toparse con una de ellas y poder hacerle una entrevista son escasas.

Así que entrevisté a este chico y luego le pedí hablar con su madre. Ella accedió. Fue una apacible entrevista, rodeada de niños alrededor nuestra. Al terminar hicimos las fotos y me sorprendió la tranquilidad con la que aquella mujer de sesenta y un años me facilitó el trabajo. Era el sujeto perfecto que todo fotógrafo desea tener para un retrato; no se ponía nerviosa, la mirada era profunda y penetrante, el cuerpo relajado y cómodo, humilde y obediente a las direcciones que le daba para la escena. Al lado de la inestabilidad y fragilidad de la pose de un joven chaval, por lo general nervioso ante la cámara y ansioso por ver la foto en la pantallita, ella sin embargo me resultó respetuosa, solemne, eterna. Las fotos hablarán por si solas.

El día transcurrió con tranquilidad, aproveché la comida para preguntarle a la hermana Inmaculada, una canaria afincada en Malaui, cosas sobre la sanidad del país, el sistema de educación, y todo ese tipo de información que siempre es interesante conocer. Luego volví a la carretera un rato y quedé con el párroco del lugar en ir el día siguiente a los pueblos donde celebraba la misa dominical a ver si allí encontraba alguien con quien pudiese hablar.

Ya de camino a mis aposentos, pensando en lo que escribiría ese día, me abordó por sorpresa Joseph, uno de los pocos chicos que había conocido por la mañana en mi paseo por el recinto. Dijo que quería hablar conmigo. Me lo vi venir. Estaba muy nervioso, como lo estamos nosotros ante una entrevista de trabajo. No era para menos, él estaba ante la oportunidad de su vida. Dijo que era para largo, así que le invité a que nos sentáramos. Empezó hablando de sus estudios y esas cosas. Cómo no acababa de arrancar y viendo su sufrimiento por decírmelo le di un empujoncito:

“¿Quieres que te ayude a pagarte los estudios, verdad Joseph?”

“Yes, sir”. Respondió él con una expresión en la que observé vergüenza y a la vez agradecimiento por haberle facilitado la conversación que tuvimos entonces.

Saturday, June 26, 2010

DIA 6.

No he tenido la valentía suficiente para ponerle título a este capítulo. Capítulo…, suena a historia, a ficción, a cuento. Pero lo de hoy dista mucho de ser un cuento, he metido el dedo en la llaga y el corazón se me ha estremecido. Hoy no puedo hablar de fotos.

Creo que fue el primer o el segundo día cuando preguntamos por un chico muy amigo de José Luís, Sinofán. Al parecer se encontraba mal. Es un joven con diabetes y ese problema le causa otros mayores, como por ejemplo que la herida que tiene ahora mismo en la pierna no le cicatrice. La pierna… cada vez que lo pienso…

Tras una jornada relajada llegué a casa a eso de las seis de la tarde. Era más que de noche. Dentro, en el salón, había una familia que tomaba leche y tostadas. Era un detalle que tenía José Luís a menudo con amigos y necesitados. Entré directamente allí sin percatarme que había alguien en la cocina. Me puse a bromear con la familia allí presente, haciendo preguntas estúpidas en chichewa. Reímos un rato.

“Gonzalo, ¿Has visto a Sinofán? ¡Hombre ven a verlo que está en la cocina…!”

Sinofán era el chico con diabetes. Últimamente no se le veía mucho porque las llagas en la pierna le impedían moverse. No sé cómo, pero había venido al hospital en cuanto se enteró que José Luís estaba por aquí. Me imaginé una escena desagradable, por lo físico, por lo repelente que puede llegar a ser una llaga abierta en una pierna. Fue una escena, no desagradable, sino dolorosa para el alma. Lo último que uno se puede imaginar es lo que vi cuando entré en la cocina. Sentado en una silla, encorvado y con la mirada perdida, estaba un joven, un niño de apenas 15 o 16 años que luchaba a duras penas por meterse en la boca un trozo de pan con mantequilla. Era un esqueleto andante, la única masa muscular existente en su cuerpo era la que rodeaba al hueso. Me quedé petrificado.

Si no hubiera sido por el miedo a que el niño se percatara de mi sorpresa, no habría hablado en toda la tarde. Y a pesar del intento, no me salían las palabras… ¿Cómo estás? ¿Cómo te llamas? ¿Te gusta la leche?... a cada palabra que pronunciaba me sentía más estúpido y cada palabra que pronunciaba él era un desaliento para su cuerpo, un esfuerzo enorme, una tarea titánica. Yo no sabía qué era lo mejor, si darle conversación para que se sintiese cómodo o dejarle comer para que recuperar fuerzas.

“Gonzalo, ¿Te importaría llevarlo al hospital?”

Como un vaso de agua fría llegó la pregunta a la que tanto temía desde que vi a aquel chiquillo. Por si se me había ocurrido escapar, huir del dolor, esquivar la mirada, o como hacemos a diario, apagar el telediario… nada de eso iba a ocurrir, estaba sentado junto a él en la cocina, los dos solos, y tenía que llevarlo al hospital de enfrente. No me salían las palabras, se me cruzaban los pensamientos, era un bloque de hielo bañado por la vergüenza de mi mismo, de la raza humana. ¿Pero qué es lo el hombre le ha hecho al hombre? Ese niño y yo éramos la viva imagen de la hipocresía del mundo desarrollado y la eterna África convaleciente. Una ayudita, te llevo al hospital, y adiós. Yo sigo en mi casa con mi familia, con mi luz eléctrica, mi cámara y mi portátil y tú te quedas descalzo y con una manta, desnutrido y maloliente en la cama del hospital hasta que te den el alta. Y a buscarse la vida, cada mochuelo a su olivo.

Y aquí no pasa nada.

DIA 5. LILONGWE, lo tenemos.


Creo que lo tengo. He encontrado un tema. Va siendo hora de ponerse a trabajar.

Para variar me levanté tarde, a las 7 de la mañana (el toque de corneta aquí es a las 5.30), por lo que me perdí el amanecer africano (el atardecer ya lo he visto y creo que no existe una definición más perfecta de lo que significa el color naranja), además de un par de lugares que quería fotografiar. Tengo que ganar en diligencia.

Cuando apenas había tomado un par de fotos de la escuela (con decir que la ratio de profesor-alumnos es de 1-100 uno ya se puede imaginar las fotos…) me llamó el head master, el director de la escuela; necesitaba un traductor. Muy a mi pesar, pues iba a perder grandes fotos en la school, me dirigí con él a la casa de José Luís esperando aprender al menos algo del mundo de la cooperación. No voy a tratar los asuntos que salieron sobre la mesa, pero la discusión fue fascinante, en el sentido económico, claro. Aunque, más allá de esos aspectos que a mi en principio no me afectaban tanto, no paraba de venir a mi mente algo a lo que le estaba dando vueltas desde hacía tiempo: la humillación que me supone todo esto. Ahí estaba él, un director de escuela, negro, pidiéndonos a nosotros, los blancos, dinero para sus chavales. El negro pide al blanco: ayuda por favor. El blanco tiene la potestad de concederla o no. El negro se sabe abajo; El blanco arriba. Ha sido así durante muchos años. El negro se alegra porque por fin y tras siglos de esclavitud le puede dar la mano al blanco… No puedo soportarlo. Me humilla sobremanera saber que la persona que está delante se siente inferior a nosotros; nos suplica dinero, nos agradece la concesión. Mira de reojo, agacha la cabeza… Son, a veces, solo gestos, pero son la muestra de la historia de África. El complejo de inferioridad suyo que me hace sentir culpable, que me hunde como persona.

A las 10 nos fuimos a la capital, Lilongwe. Me dejaron en un punto y quedamos en vernos en unas cinco horas. Así que ahí estaba yo, sin mapa, perdido en una ciudad de líneas caóticas y barrios inmensos: la ciudad antigua, la ciudad nueva… Tenía que hablar con la gente, pero decidí acortar el perímetro: ganar en calidad, perder en cantidad.

Pregunté por Phiri, el dueño del mercado. Todo el mundo lo respetaba y seguro que me concedería una buena entrevista, y un buen retrato. Para mi desgracia estaba enfermo, la malaria había llamado a su puerta, como a la de muchos de los africanos. Localicé al hijo y decidí entrevistarlo. Fue un espectáculo, con las personas negras o usas el flash o estás perdido. Imaginaos la escena: acaba la entrevista y yo allí, fotografiando a un tendero mientras otro me sostenía el flash inalámbrico. El corro que se formó fue espectacular. Un auténtico circo. Decidí cambiar la táctica. Lo bueno de todo esto es que tengo tiempo para experimentar, pero claro, el tiempo también vuela…

Me fui a una zona apartada y observé que había un chico vendiendo periódicos a la salida de un hotel de lujo ¿Cuántas veces he pasado al lado de esta gente y no le he dirigido la palabra? Le compré el periódico (que por otra parte me serviría también más adelante, pues quería contactar con algún periodista del The Nation o del The Daily Times). Charlamos un rato en el césped de la entrada del hotel. Le confesé mis intenciones. Soy fotoperiodista, estoy haciendo un reportaje sobre la gente en Malaui, su modo de vida, su familia, su trabajo… Hay varios chicos alrededor, pero no tantos como en el mercado. Finalmente y tras mucho insistir, accede y le hago la entrevista. Me encuentro a gusto, aunque las preguntas aún las veo insuficientes, parcas, demasiado básicas. Hago las fotos. Acabamos el trabajo, les dejo mi contacto, les pido el suyo y sigo mi camino.

Paro en un hotelillo por curiosidad para saber cómo están los precios. La charla con el recepcionista deviene en una conversación amistosa, y esa conversación se acabaría convirtiendo en otra entrevista. Voy cogiéndole el gusto al asunto y me doy cuenta de que el fin, la foto, se convierte en el medio. Ya no busco como loco la fotografía y la entrevista, sino simplemente hablar. En esta ocasión, cuando me di cuenta, tenía toda la información que necesitaba del recepcionista y aún no había empezado la entrevista, o sea que el amable rato que echamos juntos hablando fue suficiente para recopilar la información que necesitaba previa al retrato. Se lo hice y me fui contento por conocer a una persona más en Malaui, por saber cómo vivía, como había llegado al hotel, si tenía o no familia, qué le pedía a la vida, si era feliz.

Definitivamente he encontrado el tema, aunque tengo que perfilarlo. La fotografía es casi una excusa. Gracias a ella voy a conocer a muchísima gente (presentándome como periodista soy bastante aceptado en todos lo círculos; hasta ahora sólo un tipo, un indio de una copistería, me ha negado la entrevista), además voy a aprender lo que se cuece en las calles de Malaui, cómo es su gente, qué piensa, qué hace… Pero necesito perfilar unos cuantos detalles: primero, hacer un cuestionario no es conocer a alguien, así que prefiero emplear más tiempo en las personas y tener menos entrevistas que hacer un mero cuestionario a cuántas más personas mejor. Segundo, las localizaciones. No sé si centrar el trabajo en la capital o acaparar una muestra del país entero en diversos escenarios: en el campo, la ciudad y la carretera (la carretera en África es vital, allí encontramos a muchísima gente andando, en bici, en coche…).

Voy avanzando, me empiezo a encontrar cómodo a pesar de las dificultades. Me preocupa un poco mi aspecto de extranjero. Al principio llama la atención, luego torna en natural entre los presentes, al final acabo entre risas. Hoy, por ejemplo, acabé el día echando un billar con una panda de chavales de entre veinte y treinta años de una zona marginal de Lilongwe. Y para más inri les he ganado a todos, lo cual, por otra parte, me ha subido la moral.

Mañana me voy de Mlale a Capiri por la tarde. Aprovecharé la mañana para echar las últimas fotos de este lugar. Voy a tomarme un tintito.

Thursday, June 24, 2010

Dia 4: ¿Du gu yamblue? ¿Le importaría que tome una foto?



Viaja, ante todo, viaja. Una vez leí este consejo de un director de un periódico a un chaval que le preguntó que tenía que hacer para ser culto. Je, je… nunca hago caso de los consejos, pero en este caso, el consejo lo seguí a rajatabla. Adoro viajar. No seré yo el que compare las diferencias de lo que se puede aprender viendo piedras de una catedral gótica francesa en París o lo que uno se lleva de un pequeño poblado de Malaui. La diferencia es tan abismal que cualquier comparación es injusta; no están al mismo nivel.

Tengo como una coraza que me protege desde el primer día. Tengo que quitármela como sea. Estar ensimismado con Etiopía me hace más antipático, más asocial, más torpe con la lengua y más incómodo en el lugar. Las fotos salen peores. Tengo miedo a que este lugar me encandile de la forma en que lo hizo el orfanato de Addis Abeba, tengo miedo de recaudar dinero para estos niños y de no hacerlo para los del orfanato de Etiopía, tengo miedo de quedarme aquí. Todos estos pensamientos me hacen pensar: quizás sea un salvaje, además de un terrible egoísta.

Cargué el equipo, preparé el flash, las tarjetas, la mochila… y me fui a dar vueltas. Empecé por lo fácil, fotos de edificios, iglesias, casas, hospitales… la arquitectura en todos los casos era idéntica: una base rectangular de ladrillo y un tejado a dos aguas con una disposición de habitaciones internas que todavía desconozco. Al poco tiempo llegó el problema: todos quieren una foto. Yo, que me aprendí en chichewa cómo pedir una foto por miedo al rechazo y resulta que aquí todos quieren una foto. Llegó el punto en el que estaba tan agobiado que me retiré un poco al embalse artificial a hacer otro tipo de fotografía más paisajística, para evadirme un poco. Me acompañaba un chico que hablaba un inglés bastante bueno y que hizo las veces de traductor con las personas con las que quería hablar. Por ejemplo, el guardián del lago; un hombre que se pasa las horas en su cabañita vigilando la entrada y salida de camiones cisterna. Ese es su trabajo. Es un hombre de campo y su mujer le acompaña a veces, gana 30 euros al mes. Es uno de mis objetivos fotográficos. Le hago un retrato. Hablamos. Me despido.

Por la tarde acompaño a José Luís a hablar con el director de la escuela y hago de traductor de inglés a español. El director pide, José Luís concede, en la medida que puede, claro. Me sirve para enterarme de cómo funciona la economía local y la concesión de ayudas de las ONG. Hablan siempre en un tono amable. El profesor le expone las deficiencias y José Luís se muestra grato a ayudarles, pero no por ello deja de exigir un buen trabajo, mejores precios y compromiso de calidad por parte del profesorado. Está dispuesto a conceder las ayudas, pero no a que los comerciantes locales tomen por tonto a una entidad que ha venido a colaborar. La reunión dura casi una hora en la que se sella la ayuda a conceder para los próximos 5 meses, hasta que vuelva José Luís con más ayuda, otro contenedor y toda la energía del mundo.

He volcado mis fotos en el ordenador, las estoy viendo. Hacer fotos es difícil, muy difícil. Técnicamente se puede alcanzar la perfección, pero… ¡Qué difícil es saber contar algo! Todo lo que me sale es muy básico, muy simple…, veo el catálogo de fotos que dejó aquí LaMadrid y me sirve para centrarme: eso de que en África las fotos se hacen solas es mentira.; que las Reflex disparan solas es mentira. No quiero un librito remix de Malaui en el que haya un compendio de fotos bonitas y a colgarme la medallita a la mejor foto. Joder, no he venido a eso. Busco la historia, y no la encuentro. Hoy he entrevistado a cinco personas, trabajadores del hospital principalmente. Me han hablado de sus vidas, sus salarios, sus familias, su trabajo… y les he hecho un retrato. Pero no estoy contento. No por el retrato, que es muy bueno, sino por la idea, el concepto. Algo falla y no sé el qué.

He conocido a un hombre fabuloso, se llama Ryszard Kapuscinski y es polaco. Estoy leyendo un libro suyo que se llama Ébano; ya pasó por mis manos una vez, pero en su momento decidí no leerlo porque era un best-seller. No leo best-seller. Otro error: aún hay circulando por ahí algún que otro buen best-seller, éste es el caso. Este periodista se ha recorrido África a pie, en coche y en avión. Aunque sus tiempos fueron ya remotos, allá por los 60 durante el proceso de descolonización africana, me está dando muchas claves importantes. A la vez que avanzo en la lectura, me doy cuenta de lo lejos que estoy de ser un verdadero fotoperiodista. Este hombre se ha enfrentado a la selva africana, a su sabana, a las serpientes mortales, los leones y los búfalos… se ha enfrentado a la malaria cerebral, a la guerra, a la hambruna y a la muerte en sus manos, ha dormido en cabañas, aldeas y con tribus africanas… ha entrevistado a ministros y presidentes… tiene un método, tiene colegas de profesión con los que se toma una cerveza al acabar la jornada discutiendo lo vivido… ¡qué soy yo a su lado! un simple chaval que está pasando un maldito mes en Malaui con los gastos pagados. Un niñato.

Antes de acostarme, entre tintos, jamón de pata negra y ron solo, he conversado un rato con José Luís, el único al que tengo al lado. Me ha contado sus aventuras en la selva de Camerún con los pigmeos allá por el año 1975. Cuánto ha cambiado África, se lamenta. La cooperación se ha profesionalizado, se abusa en muchos casos de ella. Empiezo a sentirme mal: con el dinero de la cooperación se me han concedido 1500 euros para que yo documente esta realidad. Mi primera misión es recuperar esos 1500 euros con las fotos para que ese dinero se quede en Malaui, y si puedo crear excedentes mejor, que para algo estoy aprendiendo cómo se hace. Mentalidad: inversión. Eres una inversión, Gonzalo, eres una inversión.

Tengo que seguir indagando. Mañana subo a la capital. Necesito respirarla, conocer el ambiente, moverme solo, discutir con los tenderos, hablar con la gente, tomarme un café, hacer fotos.

Pasan los días…

DIA 3, el concepto, la idea.



Tengo un fixer, se llama José Luís.

En una de las muchas charlas con fotoperiodistas a las que he asistido, hubo entre ellas una en la que un fotógrafo, Reed Young (que no es que sea un fotoperiodista al uso, pero me sirve como ejemplo), nos dijo que trabajaba con una persona local que hablaba el idioma y te ayudaba a acceder a los sitios, un fixer. Bien, José Luís no es este tipo, pero lleva desde el año 1995 viniendo a Malaui y conoce a todos esos tipos que hablan inglés y chichewa. Tras sentarme un rato con él a hablar de mis intenciones en este viaje, me ha asegurado todos los contactos locales que necesite. Desplegó un mapa, me dio a conocer todos sus proyectos en Malaui, me habló del país, de su historia, de la situación actual, de la política, de su cultura, de su religiosidad… Me trazó el cronograma del viaje y por último me dijo que se encargaría de buscarme lugareños que me facilitarían el trabajo. No esta mal, ¿no? Es mucho más de lo que podía imaginar.

El día empezó con una toma de contacto con el entorno, una zona rural llamada Mlale que es de propiedad diocesana pero que es administrada por las hermanas de María Mediadora, disponiendo de un hospital, una escuela primaria, así como un proyecto de escuela agropecuaria y de distribución de agua que ya se encuentra en fase de ejecución. Todas estas cosas al principio las deduzco, luego las confirmo. No paro de preguntar. Estoy todo el día preguntando. Cuando no pregunto me siento mal porque creo que estoy perdiendo el tiempo, pero bueno, los silencios, además de naturales, también son necesarios.

A primera hora me di un paseo por la zona que envuelve al complejo. Además de comprobar que la bicicleta es el medio de transporte nacional con el que todos van y vienen (los que se lo pueden permitir, claro está), me di cuenta de que tenía que prepararme psicológicamente para la negación: no hubo un malawiano con el que hablara que no acabara la conversación pidiéndome ayuda, zapatos o dinero. Soy blanco, por tanto soy rico y puedo ayudarles, y además llevo riñonera. Decirle que les voy a ayudar sería un gesto muy hipócrita por mi parte, así que mientras antes me convenza de que estoy aquí para una tarea y me dedique a ella mejor me irán las cosas.

Han pasado dos días y aún no he sido capaz de sacar la cámara. Prefiero echar redes, conocer a la gente, presentarme a los que hablan inglés (y también a los que no), que me vean, que se familiaricen conmigo…, ya llegarán las fotos. Paciencia. Sí, tengo sólo un mes, lo sé, y tengo que repartirlo por muchas zonas como para andarme con rodeos y preámbulos. El espíritu del fotógrafo de prensa se apodera de mí y me dice: desenfunda, dispara y luego te paras a pensar en planteamientos éticos y de conciencia. El fotógrafo documental (que uno también lo lleva dentro) me dice lo contrario: conoce, explora, pregunta, anota… y sólo cuando estés seguro haz la foto. De momento gana el segundo.

Y es que aquí se han hecho ya muchas historias, muchas fotos. Han pasado fotógrafos como Morenatti, La Madrid, María Guillén, además de voluntarios, médicos, cooperantes, turistas… la foto que sale sola, esa que tienes el impulso de hacer a primera vista, la que te pide el paisaje y su gente… esa ya la han hecho. Yo no he venido aquí a hacer esa foto. ¿Que luego no le puedo enseñar a mi familia donde estado? No. No pasa nada, las fotos de Malaui están en Internet, en los catálogos de las agencias de viajes y en webs de blogeros fascinantes. Yo he venido aquí a dos tareas claras y definidas: la primera es documentar todos los proyectos que están llevando a cabao la Diputación de Sevilla y la ONG Llamarada de Fuego (que significa Malaui, en español). Eso es fácil, voy con ellos, me enseñan los sitios, hago las fotos, acción-reacción. La segunda tarea es la complicada, pero a pesar de todo va tomando forma: he pensado hacer retratos a personas de Malaui. Quiero fotografiar la máxima diversidad posible: agricultores, ganaderos, comerciantes, diplomáticos, policías,… todo el que quiera posar es bienvenido. No he venido a robar fotos, a robar historias, he venido a ofrecer contarlas, con foto y con texto. Pero para hacer esto necesito un contacto en cada zona a la que vaya: empecemos la casa por los cimientos: Mlale, donde estoy ahora. ¿Tengo a alguien? Lo tengo, un pseudos alcalde o jefe de aldea llamado Fiki que habla inglés muy bien, que es respetado y que puede pedir a determinados amigos que colaboren en este trabajo. Al fin y al cabo, se han hecho reportajes del agua en Malaui, de sus lugares de interés, de la malaria,… lo cual está muy bien, llegaron antes que yo y lo hicieron con mucha profesionalidad. Pero ahora, ¿qué puedo hacer yo? ¿Hay alguien que lo ha hecho de sus gentes? Que yo sepa no. Pues vamos a ello. Mi intención no es acusadora, no quiero denunciar nada ni señalar con el dedo índice a la familia europea que come cuatro veces al día y se ducha con agua caliente. Cada uno ha nacido donde le ha tocado y considero que en ese acto no hay culpa alguna. Pero cuando un niño deja las lentejas porque le dan asco, cuando le pierde el respeto a los padres, cuando ni trabaja ni estudia porque le da pereza… (sé de lo que hablo porque he sido actor principal de todas esas escenas), es entonces cuando me gustaría invitar a ese niño (osea, a mí) y a toda su familia a que vean otros modelos de familia totalmente diferente al nuestro. No quiero valoraciones de grado, sino el simple conocimiento de otra realidad, y que luego cada uno se vaya a su casa pensando lo que estime oportuno. Así que como nos lo puedo traer a Malaui, les llevo yo Malaui a ellos, en fotos.

El concepto va tomando forma, me gusta la idea y encuentro facilidades.

Mañana desenfundo.

DIA 2, still on the plane


Horas después de la parada en Etiopía, donde mi destino estuvo apunto de cambiar, llegamos a Malawi. Fue un largo viaje, y por ello tuve cerca de dos días para pensar un poco en lo que iba a hacer. Tal y como me iba leyendo la guía, y no sólo eso, sino que tal y como vi esa masa de turistas de safari y aventureros yendo y viniendo alrededor mía, empecé a vislumbrar una cosa: mientras antes olvide esta estúpida guía y sus consejitos de viajero mochilero antes conseguiré mi historia. Si, he dicho bien: la historia. Porque comprendí que lo que estaba buscando en Malaui era una historia, algo que contar, algo más allá de lo que ya ha sido dicho y es conocido. En este punto, me percaté de otro error cometido: el proceso de documentación había sido insuficiente. Ahora sufría las consecuencias. Había algo en algún lugar que necesitaba ser contado y sólo tenía dos semanas para buscarlo y otras dos para fotografiarlo. Incluso siendo consciente de mi error, pensé que podría llevarme algo interesante de aquel lugar.

Aterrizamos en Lilongwe, la capital, e inesperadamente había alguien esperándome, el conductor de una ambulancia, que me dirigió al lugar donde estaba cenando José Luís, el hombre con quien debía yo encontrarme y encargado de la cooperación internacional de la Diputación de Sevilla, aquel con el que pasaría yo (o al menos eso creía yo) gran parte de mi viaje. Lo acompañé en aquella suculosa cena y tras acabarla nos fuimos al lugar donde permaneceríamos los primeros días. Era un complejo bastante grande situado en Mlale, a 60 km de la capital, y allí se estaban llevando a cabo uno de los muchos de los proyectos que dirigía José Luís. Nos tomamos un café con las Hermanas. Tuvimos una conversación en la cual José Luís nos explicó parte de lo que estaban haciendo en Haití. Vi cómo narraba sus experiencias. Permanecí observándolo, sus gestos, su mirada, las arrugas de sus viajes durante 35 años a lo largo y ancho del mundo como cooperante. En ese momento comprendí que aprendería mucho de aquel hombre que ni siquiera hablaba inglés. Desde ese momento no lo perdería de vista ya que estaba seguro de que, además de conocer a una gran persona, su experiencia me serviría a mí algún día en los proyectos que yo quería llevar a cabo en Etiopía.

DIA 1, Sobre quién era yo por entonces…


¿Y ahora qué? Me pregunté mientras aún estaba en el avión. ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo voy a hacerlo? ¿Realmente sé por qué quiero hacerlo? Tenía las respuestas al dónde: Malaui, y al cuando: ahora, pero todavía me quedaban pendientes tres de las cinco grandes preguntas que todo periodista debe hacerse. Esperando que respondería a ellas en los siguientes treinta días entendí que simplemente me encontraba en el camino para convertirme en un fotoperiodista.

Lo cierto es que por aquel entonces no pasaba por el mejor momento de mi vida. Había atravesado un triste (pero a la vez totalmente necesario) momento de cuestionamiento de todo lo acontencido en mis veintiséis años de vida. Preguntándome, cuestionándome… ¿simple deformación profesional? ¿Cómo es posible, si ni si quiera sabía si realmente quería dedicarme al periodismo o no? Pero bueno, llegaremos a estas reflexiones en algún otro punto de la narración…

Cuando hicimos la escala en Etiopía, comprendí que había cometido un grave error. Hay tres forma de ir a Malaui si decides hacerlo por avión: a través de Nairobi, de Johannesburgo, o por último a través de Addis Abeba. ¿Cómo pude ser tan estúpido? ¿Cuáles son las posibilidades de pasar por Etiopía y no permanecer allí? Mi relación con ese país, con su cultura y con su gente ha sido una historia de amor a primera vista. Mientras mayor es el tiempo que paso allí, más claro veo que algún día volveré allí con un billete sólo de ida. Por tanto, allí estaba yo, llegando a Addis, leyendo la prensa local, revistas y todo lo que cayera en mi mano de entre lo que las azafatas ofrecían. Y pensando en ellos, en los niños…

Aquellas cinco horas en el aeropuerto internacional de Bole iba a ser, sin duda, las cinco horas más largas que uno pudiera imaginar. Decidí dormir para no pensar en ello.