Thursday, June 24, 2010

Dia 4: ¿Du gu yamblue? ¿Le importaría que tome una foto?



Viaja, ante todo, viaja. Una vez leí este consejo de un director de un periódico a un chaval que le preguntó que tenía que hacer para ser culto. Je, je… nunca hago caso de los consejos, pero en este caso, el consejo lo seguí a rajatabla. Adoro viajar. No seré yo el que compare las diferencias de lo que se puede aprender viendo piedras de una catedral gótica francesa en París o lo que uno se lleva de un pequeño poblado de Malaui. La diferencia es tan abismal que cualquier comparación es injusta; no están al mismo nivel.

Tengo como una coraza que me protege desde el primer día. Tengo que quitármela como sea. Estar ensimismado con Etiopía me hace más antipático, más asocial, más torpe con la lengua y más incómodo en el lugar. Las fotos salen peores. Tengo miedo a que este lugar me encandile de la forma en que lo hizo el orfanato de Addis Abeba, tengo miedo de recaudar dinero para estos niños y de no hacerlo para los del orfanato de Etiopía, tengo miedo de quedarme aquí. Todos estos pensamientos me hacen pensar: quizás sea un salvaje, además de un terrible egoísta.

Cargué el equipo, preparé el flash, las tarjetas, la mochila… y me fui a dar vueltas. Empecé por lo fácil, fotos de edificios, iglesias, casas, hospitales… la arquitectura en todos los casos era idéntica: una base rectangular de ladrillo y un tejado a dos aguas con una disposición de habitaciones internas que todavía desconozco. Al poco tiempo llegó el problema: todos quieren una foto. Yo, que me aprendí en chichewa cómo pedir una foto por miedo al rechazo y resulta que aquí todos quieren una foto. Llegó el punto en el que estaba tan agobiado que me retiré un poco al embalse artificial a hacer otro tipo de fotografía más paisajística, para evadirme un poco. Me acompañaba un chico que hablaba un inglés bastante bueno y que hizo las veces de traductor con las personas con las que quería hablar. Por ejemplo, el guardián del lago; un hombre que se pasa las horas en su cabañita vigilando la entrada y salida de camiones cisterna. Ese es su trabajo. Es un hombre de campo y su mujer le acompaña a veces, gana 30 euros al mes. Es uno de mis objetivos fotográficos. Le hago un retrato. Hablamos. Me despido.

Por la tarde acompaño a José Luís a hablar con el director de la escuela y hago de traductor de inglés a español. El director pide, José Luís concede, en la medida que puede, claro. Me sirve para enterarme de cómo funciona la economía local y la concesión de ayudas de las ONG. Hablan siempre en un tono amable. El profesor le expone las deficiencias y José Luís se muestra grato a ayudarles, pero no por ello deja de exigir un buen trabajo, mejores precios y compromiso de calidad por parte del profesorado. Está dispuesto a conceder las ayudas, pero no a que los comerciantes locales tomen por tonto a una entidad que ha venido a colaborar. La reunión dura casi una hora en la que se sella la ayuda a conceder para los próximos 5 meses, hasta que vuelva José Luís con más ayuda, otro contenedor y toda la energía del mundo.

He volcado mis fotos en el ordenador, las estoy viendo. Hacer fotos es difícil, muy difícil. Técnicamente se puede alcanzar la perfección, pero… ¡Qué difícil es saber contar algo! Todo lo que me sale es muy básico, muy simple…, veo el catálogo de fotos que dejó aquí LaMadrid y me sirve para centrarme: eso de que en África las fotos se hacen solas es mentira.; que las Reflex disparan solas es mentira. No quiero un librito remix de Malaui en el que haya un compendio de fotos bonitas y a colgarme la medallita a la mejor foto. Joder, no he venido a eso. Busco la historia, y no la encuentro. Hoy he entrevistado a cinco personas, trabajadores del hospital principalmente. Me han hablado de sus vidas, sus salarios, sus familias, su trabajo… y les he hecho un retrato. Pero no estoy contento. No por el retrato, que es muy bueno, sino por la idea, el concepto. Algo falla y no sé el qué.

He conocido a un hombre fabuloso, se llama Ryszard Kapuscinski y es polaco. Estoy leyendo un libro suyo que se llama Ébano; ya pasó por mis manos una vez, pero en su momento decidí no leerlo porque era un best-seller. No leo best-seller. Otro error: aún hay circulando por ahí algún que otro buen best-seller, éste es el caso. Este periodista se ha recorrido África a pie, en coche y en avión. Aunque sus tiempos fueron ya remotos, allá por los 60 durante el proceso de descolonización africana, me está dando muchas claves importantes. A la vez que avanzo en la lectura, me doy cuenta de lo lejos que estoy de ser un verdadero fotoperiodista. Este hombre se ha enfrentado a la selva africana, a su sabana, a las serpientes mortales, los leones y los búfalos… se ha enfrentado a la malaria cerebral, a la guerra, a la hambruna y a la muerte en sus manos, ha dormido en cabañas, aldeas y con tribus africanas… ha entrevistado a ministros y presidentes… tiene un método, tiene colegas de profesión con los que se toma una cerveza al acabar la jornada discutiendo lo vivido… ¡qué soy yo a su lado! un simple chaval que está pasando un maldito mes en Malaui con los gastos pagados. Un niñato.

Antes de acostarme, entre tintos, jamón de pata negra y ron solo, he conversado un rato con José Luís, el único al que tengo al lado. Me ha contado sus aventuras en la selva de Camerún con los pigmeos allá por el año 1975. Cuánto ha cambiado África, se lamenta. La cooperación se ha profesionalizado, se abusa en muchos casos de ella. Empiezo a sentirme mal: con el dinero de la cooperación se me han concedido 1500 euros para que yo documente esta realidad. Mi primera misión es recuperar esos 1500 euros con las fotos para que ese dinero se quede en Malaui, y si puedo crear excedentes mejor, que para algo estoy aprendiendo cómo se hace. Mentalidad: inversión. Eres una inversión, Gonzalo, eres una inversión.

Tengo que seguir indagando. Mañana subo a la capital. Necesito respirarla, conocer el ambiente, moverme solo, discutir con los tenderos, hablar con la gente, tomarme un café, hacer fotos.

Pasan los días…

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