Saturday, June 26, 2010

DIA 6.

No he tenido la valentía suficiente para ponerle título a este capítulo. Capítulo…, suena a historia, a ficción, a cuento. Pero lo de hoy dista mucho de ser un cuento, he metido el dedo en la llaga y el corazón se me ha estremecido. Hoy no puedo hablar de fotos.

Creo que fue el primer o el segundo día cuando preguntamos por un chico muy amigo de José Luís, Sinofán. Al parecer se encontraba mal. Es un joven con diabetes y ese problema le causa otros mayores, como por ejemplo que la herida que tiene ahora mismo en la pierna no le cicatrice. La pierna… cada vez que lo pienso…

Tras una jornada relajada llegué a casa a eso de las seis de la tarde. Era más que de noche. Dentro, en el salón, había una familia que tomaba leche y tostadas. Era un detalle que tenía José Luís a menudo con amigos y necesitados. Entré directamente allí sin percatarme que había alguien en la cocina. Me puse a bromear con la familia allí presente, haciendo preguntas estúpidas en chichewa. Reímos un rato.

“Gonzalo, ¿Has visto a Sinofán? ¡Hombre ven a verlo que está en la cocina…!”

Sinofán era el chico con diabetes. Últimamente no se le veía mucho porque las llagas en la pierna le impedían moverse. No sé cómo, pero había venido al hospital en cuanto se enteró que José Luís estaba por aquí. Me imaginé una escena desagradable, por lo físico, por lo repelente que puede llegar a ser una llaga abierta en una pierna. Fue una escena, no desagradable, sino dolorosa para el alma. Lo último que uno se puede imaginar es lo que vi cuando entré en la cocina. Sentado en una silla, encorvado y con la mirada perdida, estaba un joven, un niño de apenas 15 o 16 años que luchaba a duras penas por meterse en la boca un trozo de pan con mantequilla. Era un esqueleto andante, la única masa muscular existente en su cuerpo era la que rodeaba al hueso. Me quedé petrificado.

Si no hubiera sido por el miedo a que el niño se percatara de mi sorpresa, no habría hablado en toda la tarde. Y a pesar del intento, no me salían las palabras… ¿Cómo estás? ¿Cómo te llamas? ¿Te gusta la leche?... a cada palabra que pronunciaba me sentía más estúpido y cada palabra que pronunciaba él era un desaliento para su cuerpo, un esfuerzo enorme, una tarea titánica. Yo no sabía qué era lo mejor, si darle conversación para que se sintiese cómodo o dejarle comer para que recuperar fuerzas.

“Gonzalo, ¿Te importaría llevarlo al hospital?”

Como un vaso de agua fría llegó la pregunta a la que tanto temía desde que vi a aquel chiquillo. Por si se me había ocurrido escapar, huir del dolor, esquivar la mirada, o como hacemos a diario, apagar el telediario… nada de eso iba a ocurrir, estaba sentado junto a él en la cocina, los dos solos, y tenía que llevarlo al hospital de enfrente. No me salían las palabras, se me cruzaban los pensamientos, era un bloque de hielo bañado por la vergüenza de mi mismo, de la raza humana. ¿Pero qué es lo el hombre le ha hecho al hombre? Ese niño y yo éramos la viva imagen de la hipocresía del mundo desarrollado y la eterna África convaleciente. Una ayudita, te llevo al hospital, y adiós. Yo sigo en mi casa con mi familia, con mi luz eléctrica, mi cámara y mi portátil y tú te quedas descalzo y con una manta, desnutrido y maloliente en la cama del hospital hasta que te den el alta. Y a buscarse la vida, cada mochuelo a su olivo.

Y aquí no pasa nada.

1 comment:

  1. joder, este post es increible.
    creo q has relatado tus sentimientos tan bien q he podido empatizar.
    creo q t entiendo.
    africa es una auténtica purificación para el corazón del hombre blanco......

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