Sunday, June 27, 2010

DIA 7. KAPIRI, la misión de los carmelitas


No sé cómo retomar el relato, cómo contar las cosas, cómo darle importancia a la foto después de ver lo que pasa aquí día a día. Tengo dos salidas posibles (ya me lo advirtieron): o bien me convierto en una hermanita de la caridad o bien en un cínico, pero seguir haciendo fotos sin más… ¡qué complicado!

Ayer entrevisté al director de la escuela y a un chico de un poblado. Tras acabar la entrevista, el chico me pidió que le pagara los estudios; el director me pidió también otro favor. Se ve que al final nadie hace nada gratis; te doy una entrevista, ahora tú me das algo a cambio.

Por la noche me fui a Capiri. Dejé la misión de María Mediadora para irme a ver lo que se cocía en los alrededores de los Carmelitas. En África, como en otras tantas partes deprimidas del mundo, la caridad es patrimonio de Iglesia Católica: hay mucha gente ayudando aquí, pero son principalmente las religiosas y los misioneros los que dedican su vida a ayudar a los más necesitados. No encontraras un país aquí en el que no haya una congregación o una orden instalada.

Me levanto con remordimiento, pues es tarde, son las ocho de la mañana. Salgo al exterior de mi nuevo aposento y me siento desalentado al ver que no conozco a nadie. Justo ahora que empezaba a conocer a la gente de Mlale, resulta que me cambio de lugar y tengo que empezar de cero. Se suceden las miradas, los comentarios entre coros, los niños gritando ¡mzungu, mzungu! (¡blanco, blanco!). El proceso de ganarse a la gente es lento, y quizá haya sacado la cámara demasiado rápido. Tengo que volver a hacer lo que hice en Mlale: pasear, hablar, reír, discutir… y ya entonces entrevistar y hacer las fotos. Como esa mañana estaba un poco cansado de tanta foto de hospital decidí que era la hora de salir a la calle, dejar el recinto, ver mundo. Cogí la carretera y me puse a andar hasta que encontré un pobladillo llamado Kathobwa. Allí di con un chico que hablaba inglés, pero esta vez mi objetivo ahora eran otro: las mujeres. Muchas veces hablo de mi proyecto con gente que lleva mucho tiempo aquí para ver si se le ocurre algo en lo que yo no haya caído. Así que, hablando con una de las religiosas acerca del proyecto, me dijo que por qué no entrevistaba a mujeres. ¡Qué estúpido! ¡Cómo no había caído en la cuenta! Hasta ahora no había hablado con ninguna. Todos habían sido varones. Tampoco es casualidad, las mujeres tienen un papel secundario, están en las casas, no hablan tanto inglés, las posibilidades de toparse con una de ellas y poder hacerle una entrevista son escasas.

Así que entrevisté a este chico y luego le pedí hablar con su madre. Ella accedió. Fue una apacible entrevista, rodeada de niños alrededor nuestra. Al terminar hicimos las fotos y me sorprendió la tranquilidad con la que aquella mujer de sesenta y un años me facilitó el trabajo. Era el sujeto perfecto que todo fotógrafo desea tener para un retrato; no se ponía nerviosa, la mirada era profunda y penetrante, el cuerpo relajado y cómodo, humilde y obediente a las direcciones que le daba para la escena. Al lado de la inestabilidad y fragilidad de la pose de un joven chaval, por lo general nervioso ante la cámara y ansioso por ver la foto en la pantallita, ella sin embargo me resultó respetuosa, solemne, eterna. Las fotos hablarán por si solas.

El día transcurrió con tranquilidad, aproveché la comida para preguntarle a la hermana Inmaculada, una canaria afincada en Malaui, cosas sobre la sanidad del país, el sistema de educación, y todo ese tipo de información que siempre es interesante conocer. Luego volví a la carretera un rato y quedé con el párroco del lugar en ir el día siguiente a los pueblos donde celebraba la misa dominical a ver si allí encontraba alguien con quien pudiese hablar.

Ya de camino a mis aposentos, pensando en lo que escribiría ese día, me abordó por sorpresa Joseph, uno de los pocos chicos que había conocido por la mañana en mi paseo por el recinto. Dijo que quería hablar conmigo. Me lo vi venir. Estaba muy nervioso, como lo estamos nosotros ante una entrevista de trabajo. No era para menos, él estaba ante la oportunidad de su vida. Dijo que era para largo, así que le invité a que nos sentáramos. Empezó hablando de sus estudios y esas cosas. Cómo no acababa de arrancar y viendo su sufrimiento por decírmelo le di un empujoncito:

“¿Quieres que te ayude a pagarte los estudios, verdad Joseph?”

“Yes, sir”. Respondió él con una expresión en la que observé vergüenza y a la vez agradecimiento por haberle facilitado la conversación que tuvimos entonces.

1 comment:

  1. wowwwwww... pero cómo saliste de esa? qué apuro no? quiero decir, si fuéramos millonarios lo hubiéramos hecho verdad? pero no es el caso....

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