Saturday, June 26, 2010

DIA 5. LILONGWE, lo tenemos.


Creo que lo tengo. He encontrado un tema. Va siendo hora de ponerse a trabajar.

Para variar me levanté tarde, a las 7 de la mañana (el toque de corneta aquí es a las 5.30), por lo que me perdí el amanecer africano (el atardecer ya lo he visto y creo que no existe una definición más perfecta de lo que significa el color naranja), además de un par de lugares que quería fotografiar. Tengo que ganar en diligencia.

Cuando apenas había tomado un par de fotos de la escuela (con decir que la ratio de profesor-alumnos es de 1-100 uno ya se puede imaginar las fotos…) me llamó el head master, el director de la escuela; necesitaba un traductor. Muy a mi pesar, pues iba a perder grandes fotos en la school, me dirigí con él a la casa de José Luís esperando aprender al menos algo del mundo de la cooperación. No voy a tratar los asuntos que salieron sobre la mesa, pero la discusión fue fascinante, en el sentido económico, claro. Aunque, más allá de esos aspectos que a mi en principio no me afectaban tanto, no paraba de venir a mi mente algo a lo que le estaba dando vueltas desde hacía tiempo: la humillación que me supone todo esto. Ahí estaba él, un director de escuela, negro, pidiéndonos a nosotros, los blancos, dinero para sus chavales. El negro pide al blanco: ayuda por favor. El blanco tiene la potestad de concederla o no. El negro se sabe abajo; El blanco arriba. Ha sido así durante muchos años. El negro se alegra porque por fin y tras siglos de esclavitud le puede dar la mano al blanco… No puedo soportarlo. Me humilla sobremanera saber que la persona que está delante se siente inferior a nosotros; nos suplica dinero, nos agradece la concesión. Mira de reojo, agacha la cabeza… Son, a veces, solo gestos, pero son la muestra de la historia de África. El complejo de inferioridad suyo que me hace sentir culpable, que me hunde como persona.

A las 10 nos fuimos a la capital, Lilongwe. Me dejaron en un punto y quedamos en vernos en unas cinco horas. Así que ahí estaba yo, sin mapa, perdido en una ciudad de líneas caóticas y barrios inmensos: la ciudad antigua, la ciudad nueva… Tenía que hablar con la gente, pero decidí acortar el perímetro: ganar en calidad, perder en cantidad.

Pregunté por Phiri, el dueño del mercado. Todo el mundo lo respetaba y seguro que me concedería una buena entrevista, y un buen retrato. Para mi desgracia estaba enfermo, la malaria había llamado a su puerta, como a la de muchos de los africanos. Localicé al hijo y decidí entrevistarlo. Fue un espectáculo, con las personas negras o usas el flash o estás perdido. Imaginaos la escena: acaba la entrevista y yo allí, fotografiando a un tendero mientras otro me sostenía el flash inalámbrico. El corro que se formó fue espectacular. Un auténtico circo. Decidí cambiar la táctica. Lo bueno de todo esto es que tengo tiempo para experimentar, pero claro, el tiempo también vuela…

Me fui a una zona apartada y observé que había un chico vendiendo periódicos a la salida de un hotel de lujo ¿Cuántas veces he pasado al lado de esta gente y no le he dirigido la palabra? Le compré el periódico (que por otra parte me serviría también más adelante, pues quería contactar con algún periodista del The Nation o del The Daily Times). Charlamos un rato en el césped de la entrada del hotel. Le confesé mis intenciones. Soy fotoperiodista, estoy haciendo un reportaje sobre la gente en Malaui, su modo de vida, su familia, su trabajo… Hay varios chicos alrededor, pero no tantos como en el mercado. Finalmente y tras mucho insistir, accede y le hago la entrevista. Me encuentro a gusto, aunque las preguntas aún las veo insuficientes, parcas, demasiado básicas. Hago las fotos. Acabamos el trabajo, les dejo mi contacto, les pido el suyo y sigo mi camino.

Paro en un hotelillo por curiosidad para saber cómo están los precios. La charla con el recepcionista deviene en una conversación amistosa, y esa conversación se acabaría convirtiendo en otra entrevista. Voy cogiéndole el gusto al asunto y me doy cuenta de que el fin, la foto, se convierte en el medio. Ya no busco como loco la fotografía y la entrevista, sino simplemente hablar. En esta ocasión, cuando me di cuenta, tenía toda la información que necesitaba del recepcionista y aún no había empezado la entrevista, o sea que el amable rato que echamos juntos hablando fue suficiente para recopilar la información que necesitaba previa al retrato. Se lo hice y me fui contento por conocer a una persona más en Malaui, por saber cómo vivía, como había llegado al hotel, si tenía o no familia, qué le pedía a la vida, si era feliz.

Definitivamente he encontrado el tema, aunque tengo que perfilarlo. La fotografía es casi una excusa. Gracias a ella voy a conocer a muchísima gente (presentándome como periodista soy bastante aceptado en todos lo círculos; hasta ahora sólo un tipo, un indio de una copistería, me ha negado la entrevista), además voy a aprender lo que se cuece en las calles de Malaui, cómo es su gente, qué piensa, qué hace… Pero necesito perfilar unos cuantos detalles: primero, hacer un cuestionario no es conocer a alguien, así que prefiero emplear más tiempo en las personas y tener menos entrevistas que hacer un mero cuestionario a cuántas más personas mejor. Segundo, las localizaciones. No sé si centrar el trabajo en la capital o acaparar una muestra del país entero en diversos escenarios: en el campo, la ciudad y la carretera (la carretera en África es vital, allí encontramos a muchísima gente andando, en bici, en coche…).

Voy avanzando, me empiezo a encontrar cómodo a pesar de las dificultades. Me preocupa un poco mi aspecto de extranjero. Al principio llama la atención, luego torna en natural entre los presentes, al final acabo entre risas. Hoy, por ejemplo, acabé el día echando un billar con una panda de chavales de entre veinte y treinta años de una zona marginal de Lilongwe. Y para más inri les he ganado a todos, lo cual, por otra parte, me ha subido la moral.

Mañana me voy de Mlale a Capiri por la tarde. Aprovecharé la mañana para echar las últimas fotos de este lugar. Voy a tomarme un tintito.

1 comment:

  1. Es cierto eso que comentas del sentimiento de inferioridad de África.A mí también me parece un poco triste.
    Los blancos, no sé por qué, nos hemos creido siempre superiores. Con mejores o peores intenciones, pero superiores.
    Siempre les hemos puesto a ellos en esa posición con nuestro comportamiento a lo largo de la historia. Y deberíamos de ir cambiandolo ya, no te parece?

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