Saturday, July 3, 2010

DIA 12, Preparativos.


Hoy empieza una nueva etapa.

El grupo de cooperantes españoles con el que me he estado moviendo estos días ha vuelto a casa. He ido al hipermercado, he hecho unas compras y me he preparado para dos semanitas de trabajito para mi solo, para mi proyecto, para moverme por donde quiera, como quiera, como pueda.

Así que he decidido quedarme dos días más en Mlale para cerrar unas entrevistas que tenía pendiente en la zona rural. El sábado me voy a Zomba, la antigua capital de Malawi. Allí pasaré dos o tres días donde encuentre un sitio confortable y barato. Luego cogeré un autobús a Blantyre, el centro económico del país, donde quiero aprovechar para visitar la sede de los periódicos nacionales a ver si pillo algún periodista. Por último, volveré a Lilongwe, la capital, para pasar los últimos dos o tres días allí entrevistando a los urbanitas. Ese el plan, veremos a ver qué sale.

Como toma de conciencia de lo que me espera hoy he cogido el primer autobús. El concepto del autobús en esta parte del mundo es muy peculiar, por lo que merece la pena que me detenga a explicarlo. Hay un tipo de coche que se llama Toyota Hiace que al parecer se ha hecho de oro en África. Es una furgonetilla de diez plazas pero que a base de ingenios, sillitas, cuclillas y apretujones, normalmente el autobús no sale hasta que no tiene a quince personas dentro. Quince, he dicho bien. Aparte del chofer y el cobrador, que se encarga de vocear el destino en la puerta hasta que llena el vehículo.

La espera puede demorarse mucho, y aquí entra en acción una economía paralela a la que vemos en la tiendas de Malawi. Por las ventanillas y la puerta corredera aún abierta empiezan a aparecer manos ofreciendo productos de todos los tipos y de todos lo colores. He hecho una lista con todo lo que me han ofrecido en los diez minutos de espera en el interior del vehículo. Atención: agua, refrescos, pasta de diente, cepillos, plátanos, manzanas, pan frito, pan normal, manteles, helados, cedés, películas, carcasas de móvil, galletas, chupa-chups y por último: unos zapatos. Increíble. No pude resistirme y aunque venía de hacer la compra (y también dejándome llevar por el impulso consumista de mis acompañantes) acabe probando uno de esos panes fritos caseros. Este es uno de los signos en los que veo prosperidad en Malawi, pues en Etiopía aparecen muchas manos, sí, pero son manos mendicantes. Aquí, al menos, aparecen vendiéndote algo. Ya es un paso.

Aparte de estos minibuses tan arraigados aquí, hay otros tipos de vehículos que se dejan ver bastante por aquí: primero están los camiones, todo el año inactivos y ahora saturados con el reparto del tabaco que se está recogiendo desde abril; en segundo lugar tenemos a los turismos particulares y las camionetas Toyota (otra vez) con el maletero descubierto donde se apiñan multitud de cabezas de hombres, mujeres y niños que aprovechan el porte a donde sea; por último, están los 4x4. Estos coches de cinco plazas y amplio maletero son, en su mayoría y debido a su alto precio, exclusividad de las ONG, congregaciones religiosas u organismos internacionales como UNICEF, Manos Unidas o Médicos sin Fronteras. Estas dos primeras semanas no he parado de moverme en uno de estos coches. Lo hacemos, no se olvide, por el carril izquierdo, que para algo Malawi (anteriormente, Nyassilandia), fue colonia inglesa. No son pocas las historias de cooperantes, misioneros, voluntarios o trabajadores extranjeros que al volver a su país perecieron en la carretera por algo tan simple pero a la vez tan peligroso como lo fue el haberse habituado a conducir por el lado contrario de la calzada. Capricho inglés.

Esto es lo que me ocurrido por la tarde:
El camino que hice desde el sitio en el que me dejó el autobús hasta el recinto de Mlale era un trecho corto, pero suficiente como para encontrarme mucha gente por el camino. La primera, una niña de 14 años que llegaba tarde a clase, me pidió primero un bolígrafo, luego un cuaderno, luego unas galletas y por último me dijo que sus padres estaban muertos y que le pagara los estudios y le comprara unos zapatos. Luego ví al guardia de seguridad al que le hice una entrevista, le dije como pude (con la misma niña que iba a mi lado traduciéndole al chichewa) que tenía que repetir la foto porque no me había salido bien. Como en su día le di una propina por el trabajito, su mujer que estaba con él, me pidió que le diera dinero para construir el tejado de su casa. Cuando llegué al recinto de Mlale fui a escuchar el coro parroquial. Antes de irme, me dijeron que por favor les ayudase con las copias de los cedés que están vendiendo, que si les podía ir a la ciudad y hacerles 50 copias del diseño de la carátula, a color, o bien darle el dinero a ellos. En el camino de la Iglesia a la casa (ni 100 metros) me abordó un chico al que le hice una entrevista en su día y me dijo que si había conseguido alguien en España que le pagara los estudios. Cuando ya estaba a las puertas de la casa me abordó por fin el último sujeto, uno de los trabajadores del hospital al que también le hice una entrevista y un retrato. Me dijo: “Tengo que hablar contigo”. Le dije: “Cuéntame, ¿qué te pasa?”. Me respondió: “No, no, tenemos que sentarnos a hablar, hay algo que discutir, quiero plantearte algo”.

Suspiro. Cierro los ojos. Estoy cansando...

No comments:

Post a Comment