Wednesday, July 14, 2010

DIA 21, El traductor


Hoy, como en la mayoría de los días previos, salí un poco escéptico ante la perspectiva de la ciudad a la que me enfrentaba: Lilongwe. Había pasado por aquí en contadas ocasiones, siempre para hacer algún recado, una compra, una conexión a Internet… siempre de paso. Al contrario que Blantyre, que tiene un centro urbano bastante compacto y abarcable, Lilongwe en cambio,es una ciudad que no se puede conocer a pie. La experiencia en Blantyre me enseñó que en la ciudad me es más difícil trabajar que en el campo, donde las reacciones de la gente suelen ser más abiertas y cordiales. En estos sitios, el individualismo, el estrés y el comercio urbano se han apoderado de sus ciudadanos.

Los primeros minutos son siempre difíciles. Sales de hotel, empiezas a andar y piensas, “¿Ahora qué? ¿Adonde voy? ¿A quién entrevisto?” Y como no sabes muy a donde ir haces tiempo tomando un café en la calle y comprando el periódico. Lo lees, paseas y llegas a tu objetivo, si es que tienes un objetivo. Yo por suerte lo tenía. En Lilongwe hay dos centros urbanos: el más nuevo es el city centre, una zona llena de oficinas, embajadas, bancos, organismos internacionales y el nuevo parlamento, construido, como no, por los chinos; el segundo es old city, una zona mucho más viva y, a mi juicio, más interesante, pues al tener un mercado, hostales, restaurantes, puestos y comercios callejeros, la probabilidad de poder hablar con alguien es mayor. Ese era mi objetivo.

Como no tenía muy claro por donde empezar, utilicé la táctica de la evasión. Bajé un momento al río que atravesaba la ciudad para echar un vistazo. Había unos chavales semidesnudos bañándose y lavando la ropa y empezaron a bromear conmigo, o a reírse de mí, no lo tengo muy claro. Ipsofacto, bajó un hombre y me susurró algo al oído “Leave this place ok? These guys here are just thieves, you know?” Así que aquel ángel de la guarda me escoltó hasta la salida del río y se despidió rápidamente de mí. Hacia tres años este hombre de treinta y tantos años fue el funeral de su padre y cuando volvió vio se encontró en la calle por haber faltado unos días, así que desde entonces se pasea por la ciudad en busca de cualquier oficio en cualquier parte para llevar algo de dinero o comida a casa. Cuando se alejaba en la distancia, la duda, aquella compañera de viaje de la que nunca consigo desprenderme, se apoderó de mí ante las palabras que iba a pronunciar: “Wait!”, le dije. El tipo dio media vuelta y aceptó encantado la oferta que le hice: “No busques más, ya has encontrado tu trabajo. Vente conmigo”. Así que lo contraté como traductor.

Fue una gran idea y sólo ahora he comprendido el tiempo que he perdido en los días anteriores. La verdad que mi bolsillo no estaba como para pagar a un traductor diario, pero en algunas zonas lo hubiera agradecido. Aquí, en Lilongwe y en el mercado, que es al punto donde me dirigía, no podría haber hecho la mitad de las entrevistas si él no hubiera estado conmigo, pues aunque la mayoría habla o chapurrea el inglés, hay quien sólo sabe chichewa, y esa era la gente a la que precisamente quería entrevistar. Primero le hice la entrevista a él, para que supiera de qué iba la cosa; Luego lo dejé todo de su mano, pues veía que le hacían más caso a él que a mí. Su función era presentarme, decirle a qué había venido y traducir la entrevista, y luego ayudarme con el flash. Sorprendentemente, todo el mundo aceptaba. Así que fue el día más productivo desde que llegué a Malawi: 8 entrevistas entre las 8 de la mañana y las 5 de la tarde, con una pausa de 1 hora y media para comer junto a mi nuevo amigo.

A medida que las entrevistas han ido evolucionando las preguntas también lo han hecho. Mantengo siempre las mismas preguntas, pero también siempre añado otras nuevas. Siempre hay una pregunta clave. Cuando la persona está hablando o yo leyendo lo que he escrito tengo que pensar a la velocidad del rayo qué es lo más interesante que esta persona me puede contar: una anciana me da una cosa, un jefe de poblado otra, una mujer periodista otra, un joven recién casado otra… Últimamente focalizaba la entrevista en el tema de los chinos y los indios, que tienen tomado el país. Quería saber qué opinaban ellos de esto que yo consideraba toda una invasión cultural.

Desde que entras en el aeropuerto de Malawi y lees “Invest in Malawi!” y luego cuando paseas por sus calles y ves el tipo de gente que hay, comprendes que la clave del desarrollo que el país está experimentando en los últimos años se debe a la política de hermanamiento que tienen con algunos países. “Invierte aquí”, es su lema. Saben que necesitan ayudan y no tienen ninguna vergüenza en pedirla. Igual que la mayoría de los jóvenes que he conocido me ha pedido que le pague los estudios, o igual que al final de cada entrevista el entrevistado me ha pedido una ayuda económica para la familia, el gobierno de Malawi a su vez pide a los EEUU, a China, a India y a muchos más países, y lo hace de muy diversas formas: con donaciones, inversiones, colaboraciones… El nuevo parlamento lo han construido los chinos. La autopista los japoneses. Los antiretrovirales se pagan con dinero americano. Los comercios los llevan los indios. Cuando haces una entrevista y empiezas a indagar te das cuenta de que el último responsable de la empresa en la que el tipo trabaja es indio o chino. Al final los jefes son de fuera, los empleados de dentro. Así lo quiere Malawi, pues que así sea.
Esa es la postura de Malawi. Antes que decir: “Nosotros levantaremos el país” prefieren: “Ayudadnos a levantarlo”. Pero, a mi juicio, el problema es que esa ayuda se puede convertir en un problema tanto de dependencia económica como de conflicto cultural. Insistí en que me contaran sus experiencias con esos jefes indios y chinos, porque había visto en uno de los hoteles un trato al personal un tanto irregular. Y ellos, los malawianos, me lo confirmaron, pero con la boca pequeña. Tienen miedo de decir lo que piensan no vaya a ser que se vaya el que le está dando trabajo y dinero, pero la realidad es que el trato con ellos según me han contado está siendo injusto. Aparte de lo interminable de las jornadas y la escasez de descansos, dietas y demás complementos que aquí son un sueño, pongamos el caso que me contaron ayer: un jefe y su cuadrilla paga a un malawiano para que le busque una chica a la cual poder beneficiarse. Por supuesto, en el pago está incluido que el malawiano se cerciore de que la chica no está infectada de sida, para lo cual no cabe otra posibildiad que acostarse con ella. Cuando está seguro de que está limpia, al cabo de un tiempo avisa a su jefe y le da el visto bueno para que él y su cuadrilla se la beneficien hasta que se cansan de ella y busquen a otra. Así que tenemos, primero, una mujer doblemente prostituida para poder alimentar a su familia; segundo: una persona de Malawi obligada a acostarse con una mujer con las consabidas consecuencias: infidelidad y posible infección del sida; tercero, toda una red oculta de prostitución favorecida por aquellos que han venido a invertir en el país, porque claro, también ellos tienen derecho a echar un buen rato.

Así que ese el panorama.

Pero como Malawi no deja de ser un país pobre que necesita ayuda pues tiene que pagar un tributo al César. No es mi intención cambiar la historia del pueblo de Malawi, ni quiero manchar la buena figura de aquellos que verdaderamente hayan venido a contribuir al desarrollo del país con sus negocios, simplemente narro historias que a mi me narran. Sólo casos. No seré yo el que diga si la presencia de estos individuos favorece o perjudica al país. Para eso hace falta valorar muchos datos (no sólo económicos) de los que no dispongo. Mi función se limita a contar la historia por la que atraviesa su gente en estos días. Ellos son los que tienen toman la decisión sobre el futuro de su país.

1 comment:

  1. Me ha encantado Gonzalo, te doy la enhorabuena por el blog.

    Nos vemos a la vuelta Crack!!

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