Monday, July 5, 2010

DIA 15, Preguntas y respuestas


A unos cientos de kilómetros de aquí, España jugaba ayer un partido de fútbol y yo lo veía apoyado en la barra de un bar, cerveza en mano, como único representante de la roja, e intentando que los tres o cuatro jóvenes camioneros que pasaban la noche en el motel supieran un poco de qué iba la cosa. Pero, desgraciadamente la lluvia que me había pillado en la montaña se convirtió por la noche en un aguacero (¡por fin!). Teniendo en cuenta que el sistema de satélite de este lugar no estaba preparado para tal imprevisto, se perdió la transmisión antes de acabar la primera parte, así que me acosté sin saber si la selección española seguiría al día siguiente bajo el trópico de capricornio o si por el contrario emprendería la vuelta a casa.

Hoy, nada más levantarme, salí y compré el periódico. Sección deportiva. Nada de nada. Aquí el mundo se despierta incluso antes que salga el sol, por lo tanto se acuesta también muy temprano, y la edición de los periódicos cierra lo suficientemente pronto como para no saber quién ganó el partido que acabó antes de medianoche. Pero el mundial está en boca de todos y no fue difícil saber que habíamos ganado a Paraguay. El ser africano, a pesar de las diferencias, arraiga muy bien, así que hasta que Ghana fue eliminada toda África era una piña, unida por la causa; ahora, no estaba muy claro por quién se decantaban, pero desde luego si que estaban al tanto de la eliminatoria. Si me presentaba y decía “I´m from Spain”, ellos en seguida sacaban el tema del fútbol.

Hablando de periódicos, es increíble la cantidad de información que saco de él. Es toda una fuente (agotable) de conocimiento. Gracias a él me entero de cosas que tardaría meses en conocer. Algunos pensaran que el periódico no es más que una sarta de mentiras. Bueno, aunque discrepe en este punto (y aún consciente de que muchas de las veces el redactor no tiene tiempo para contrastar las fuentes y publica lo que le viene de otra fuente), incluso aunque un periódico falte a la verdad, está contando mucho de la sociedad de la que habla. Un periódico no es más que el reflejo de la sociedad en la que está inmerso. Que el periódico miente, sabemos que la sociedad miente. El periódico lo hacen hombres, no extraterrestres, y esos hombres son parte de la sociedad.

La hipocresía es el homenaje que el vicio le hace a la virtud, dijo Steinner. Esta frase hay que leerla unas cuantas veces para entenderla. Si Maria le dice a su médico nutricionista que no ha comido productos grasos y en realidad sí los ha comido cuando debería estar de dieta, es una falsa hipócrita; correcto, pero por medio de esa hipocresía reconoce la virtud a la que ella, por su debilidad, no ha podido acceder (la continencia). De modo que si un periódico miente, o si falta a la verdad, en ese acto está reconociendo cuáles son los valores de esa sociedad, el ideal al que aspira (pero que no puede conseguir), aunque sea por oposición, por mentira.

Así que últimamente, en este tranquilo paraje de montañas donde las entrevistas son más espaciadas, donde tengo más tiempo libre, una de mis aficiones es devorar periódicos. Los compro todos y tengo serios problemas de almacenamiento (no quiero tirar nada; documento, me digo, esto es un documento). Con el paso de los días observo que en las páginas del periódico se habla del sida, y mucho. Se habla en la sección editorial, en las cartas al director, en los artículos de opinión, en la sección puramente informativa y por último en una singular sección llamada “Short Stories” que está presente en la mayoría de los diarios y que no es más que una historia con moraleja, del tipo “le fui infiel a mi mujer con la secretaria y he traído el caos a mi familia”. La infidelidad es el monotema. Malawi es un país en vías de desarrollo, recibe bastantes ayudas del extranjero y con ellas llegan también valores culturales distintos, pero a pesar de todo, es una sociedad muy tradicional donde la religión juega un papel importante. La presencia musulmana, católica y protestante es palpable en sus ciudades y en las aldeas. Por tanto, sabemos que ser infiel aquí está considerado como algo malo, como pecado (en Europa ya empiezo a dudarlo), pero es un pecado que se sabe que muchos cometen, que se sabe cometido (pecado aceptado). No sólo eso, sino que más importante casi la consecuencia de la infidelidad, sorprendentemente, es el valor que se le da al reconocimiento de la culpa. Por eso se encuentran en el periódico infinitud de cartas (anónimas unas, firmadas otras) en la que el afectado se arma de valor y reconoce su debilidad. Caí una vez. Caí varias. Me contagié aquí. O tal vez allá. Imposible saberlo… La infección ha sido fruto de la promiscuidad del hombre en la mayoría de los casos. La verdad es que dudo que el reparto de unos condoncillos aquí y allá solucione el problema. La mentalidad del africano es muy distinta a la nuestra. Hay presente una serie de valores, de creencias, de tradiciones, aparte del acceso al conocimiento, a la educación sexual… son muchos aspectos coyunturales que los occidentales intentamos parchear con el látex del preservativo. Es mucho más que eso. Las estadísticas del fracaso hablan por sí solas.

A veces intento ver qué es lo que estamos haciendo desde Occidente con estos países. Intento mirar con perspectiva y no sé si lo logro. Por un lado los expoliamos en cuanto sabemos que tienen un material extremadamente necesario para nuestro cómodo Estado del Bienestar (petróleo, coltán, mano de obra barata para muebles prácticos y baratos del ikea…) de modo que estos países casi lo que prefieren ya es no encontrar nada excesivamente valioso para no ser brutal (y diplomáticamente) arrasados; por otro, e hipócritamente (¿otro homenaje a la virtud?) nos lavamos la conciencia mandando ONGs y enviando cantidades de dinero ingentes para programas de lucha contra la malaria, el sida, la malnutrición, etc. A pesar de todo esto, lo que más me preocupa es la cuestión cultural: ¿Dónde está el límite que separa el acceso al desarrollo, la democratización y los derechos universales que supuestamente le estamos llevando, de la imposición de unos patrones culturales occidentales? ¿Por qué un africano ha de acabar viviendo como un europeo? ¿No es posible un desarrollo que mantenga su cultura? Todas estas preguntas se las hago a los malawianos cuando los entrevisto, normalmente ya al final, pues ya se encuentran más relajados y dispuestos a manifestar su punto de vista sobre temas más espinosos. Y es que me interesa su opinión sobre el momento histórico en el que se encuentran (recién llegados a la democracia, prosperando poco a poco), además de su perspectiva sobre temas como el rol de la mujer, el diálogo interconfesional, las medidas para el desarrollo, el sistema educativo, la clase política, etc.

En general las respuestas son muy parecidas: la mujer (sobre todo en la ciudad) está accediendo ahora por fin a ciertos puestos de trabajo (el cuidado de los niños ya es cosa de dos), se respira un clima de libertad de religión bastante saludable (y cuando hay problemas es más desde arriba que desde abajo, donde la convivencia es buena), se agradece a la clase política actual los esfuerzos en sanidad (que es totalmente gratuita), comunicaciones (mejora de la red de carreteras) y educación (aunque quizá éste sea el punto más flaco, pues para muchos sigue siendo inaccesible, no ya la universidad, sino también la secundaria). En general, buenas perspectivas a pesar del reconocimiento de la debilidad, de la situación de pobreza.
En cuanto a la cuestión cultural, a preguntas obvias respuestas obvias: “por supuesto que queremos la ayuda internacional, pero sin imposiciones culturales”. Pero eso, al menos así lo creo yo, es muy difícil de delimitar. Es como querer la luz del sol para poder vez pero no su calor para que no te queme. Y yo me pregunto: si desde Sevilla envío al país de nunca jamás (para no señalar a nadie) unos vaqueros, un saco de pasta, cubertería o dinero para medicinas, siendo el país de nunca jamás (para seguir con el anonimato) un país que prefiere no usar más que un manto para vestirse, una comida ancestral antes que la pasta, comer con las manos antes que usar un tridente de plata, y el trueque antes que el dinero para las transacciones comerciales, ¿no es esa ayuda internacional (a pesar de paliativa, no lo dudo) ya de por sí una imposición de un patrón cultural, el nuestro? Porque lo que está claro es que una vez delante del plato de macarrones, de los vaqueros, del dinerito en mano o de la brillante cubertería, el ciudadano hambriento del país de nunca jamás no dirá: “No, no, esto retíralo de mi vista que es un símbolo que representa la invasión cultural a la que estamos siendo sometidos”. No. Se pondrá los vaqueros, comerá la pasta, aprenderá a usar el tenedor y cogerá el dinero para las medicinas lo más rápido posible.

Por si surge la duda, cuando en mis relatos (de ficción o no, da igual) me hago continuamente infinitud de preguntas y no ofrezco ninguna respuesta, no es para prolongar el suspense y dar la solución en el último capítulo, es porque sencillamente desconozco esa respuesta.

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