Friday, July 9, 2010

DIA 17. A las 7 de la tarde.



7.00 pm. 16 de Julio de 2006.

Llegué a casa de trabajar e eso de las seis de la tarde. Al poco rató me reuní junto a los miembros de mi familia, para hacer la oración que a esa hora correspondía según nuestra costumbre. De repente, una luz cegadora inundó la casa. Dos escaleras descendieron del cielo justo en la habitación en la que rezábamos. De la nada, se alzó una voz que dijo: “Mc Donald, quiero que seas mi siervo”. “Heme aquí”, le dije. Cuando me di cuenta, me encontraba arrodillado delante de una blanca y cegadora silla enorme. Debido a la cantidad de luz, no conseguí ver nítidamente quien era Él. La voz que venía de aquella misteriosa silla, de ese trono celestial, me dijo de nuevo: “Mc Donald, quiero que seas mi siervo. Voy a decirte algo para que cuando vuelvas a casa se lo digas a la gente”. Entonces la voz llamó a dos seres a los que yo identifiqué como ángeles, pues el resplandor que emanaban de sus cuerpos me hizo pensar tal cosa. Estos ángeles me mostraron dos caminos: uno, muy atractivo, dirigía al Infierno; el otro, un camino más incomodo y estrecho, dirigía al Cielo. “Anúnciaselo a las gentes”. A la 1:23 volví a ver a mi familia alrededor mía. Durante esas seis horas no pude ver absolutamente nada en mi habitación más que lo que acabo de describir.

Esta es la historia de Mc Donald Chisoni, fundador de la “Family of God”, una de las infinitas facciones de la Iglesia protestante. Teníamos una entrevista a las 8 de la mañana. Llegó a las 8:30. Me llevó a su iglesia (aún en construcción y suficientemente grande como para albergar a su más de 400 miembros) y me contó su experiencia sobre el día en que volvió a nacer. Aquel 16 de Julio de 2006 a las 7 de la tarde.
Una de las cosas que más me llamó la atención el año que estuve viviendo en los EEUU fue la cantidad de confesiones religiosas que había. “You name it”, me solían decir. Tienes un nombre, tienes una iglesia. En Malawi hay algo parecido. La libertad de religión es absoluta y lo he notado en las entrevistas. Me he topado con adventistas, pentecostales, presbiteranos, anglicanos, católicos, musulmanes... Tenía ganas de hablar con uno de los representantes de estos grupos religiosos. Y sin quererlo, he dado con el mismo fundador de uno de ellos. Ha sido, sin duda, uno de los muchos premios del ascenso de ayer a la montaña, pues tras hacerle ayer la entrevista a parte del personal del hotel, uno me dio la referencia del pastor Mc Donald. Ha sido todo un privilegio poder hablar con él porque he podido saber de primera mano cómo nacen estos grupos.

Mc Donald pertenecía a los pentecostales y como buen cristiano rezaba a diario. Un día, sintió la llamada y fundó su propia iglesia. “Todo empieza rezando”, me insiste. “No se trata de querer fundar nada, de reunir gente para sermonear. No. Se trata de rezar juntos”.
Sabiendo como sabía él (porque se lo dije) lo interesado que estaba yo por saber cómo eran las relaciones entre las diferentes confesiones religiosas de Malawi, me insiste (igual que lo han hecho otros muchos antes) que la conexión es muy buena, la convivencia es posible y que “de hecho tenemos muchos amigos de otras iglesias”.

Así que me despedí de aquel hombre y cogí mi autobús a Blantyre. Éramos 25 en la Toyota Hiace (como ya dije en su día, estas furgonetillas oficialmente son de 15 plazas). Cuando se para el la gasolinera, no se llena el depósito que está vacío, no; se echan entre uno y cinco litros, lo suficiente como para llegar al próximo destino, y allí con el dinero recaudado volver a recargar. ¿A quién se le ocurre alimentar al coche antes que alimentarse a uno mismo? Durante el trayecto pensé que sería cabal escribir el testamento en mi libretita de notas que siempre llevo en el bolsillo de mi camisa (tampoco es que tenga mucho que ofrecer, pero bueno, por lo menos un saludito a la familia y a los amigos antes de irme al otro barrio). Y es que la relación entre la velocidad que llevaba el conductor y la antigüedad del vehículo me hicieron temer lo peor. Todo con tal de hacer más viajes y sacar un poco de más dinero. De todas formas, si hubiéramos volcado, probablemente no habría pasado nada. Cada uno de los 25 habría permanecido en su posición porque ahí no había quien moviera a nadie. Desde luego fue un paseo muy entretenido.

Por fin llegué a Blantyre, el centro comercial de Malawi, el asentamiento más antiguo del país, el primer centro urbano de toda África del sur, fundado en 1876 por los misioneros de la Iglesia de Escocia. Luego llegaría al país el famoso explorador y misionero escocés David Livingstone, para traer la civilización y el Cristianismo a una zona del mundo dominada por los árabes mercaderes de esclavos. Cuando Livingstone vio el lago, preguntó: “¿Esto que es?” Los lugareños respondieron: “Nyasa” (es decir, lago o agua, en su lengua). Así que lo llamó Lago Nyasa, y a su tierra Nyasalandia. Muchos años más tarde y un día tal como hoy, el 6 de Julio de 1964, el país se independizaba de Inglaterra y pasaba a llamarse Malawi, que significa llamarada de fuego, por aquello del reflejo del sol y las estrellas en el lago. La bandera, de tres franjas horizontales negra, roja y verde, simbolizan la raza negra de su pueblo, la sangre derramada por los mártires, y la naturaleza de la que depende la economía del país, eminentemente agrícola.

Por eso hoy están de fiesta. Es el día de la Independencia. Tras conseguirla, el país estuvo durante cuarenta años bajo el poder de Kamuzu Banda. Fue una dictadura, o una dictablanda, como se quiera, porque lo cierto es que contra todo pronóstico, siendo el único país de África junto a Costa de Marfil con ningún recurso mineral que ofrecerle al mundo, se desarrolló milagrosamente. Fue un régimen dictatorial, sí, pero creció económicamente, había seguridad en las calles y en cierto modo era querido por la gente a pesar de la pobreza de la que intentaban salir. Las estatuas de Kamuzu Banda en Malawi no son retiradas. Permanecen donde estaban desde el primer día, y es que a pesar de sus excentricidades (como prohibiciones en la forma de vestir y cosas por el estilo) la gente guarda un buen recuerdo de él.

Ya en 1992, los obispos católicos redactaron una carta condenando el régimen. En poco tiempo la carta se haría famosa y sería el aliciente del cambio para la democracia, que llegó a Malawi en forma de elecciones en 1994.

Una de las constantes en todas, absolutamente en todas las entrevistas, ha sido la aprobación del actual presidente, un economista que está liderando el progreso de Malawi tras unos años de oscuro inicio democrático por culpa de algún que otro caso de corrupción. Hoy, en el 46 aniversario de la independencia, los periódicos enumeran las hazañas del mandato de Bingo Mutharika, el presidente actual, que ha conseguido que Malawi sea uno de los países que más ha crecido en los últimos años no solo en África, sino en todo el mundo. Sin perder la perspectiva de donde se encuentra: el país cuenta con un educación primaria y un sistema sanitario ambos totalmente gratuitos (con acceso a medicinas para el sida y la malaria); se están mejorando las carreteras (que son el eje del progreso del país, al reducir los costes del transporte del comercio), se está incentivando el pequeño negocio, ha habido un programa de apoyo a la agricultura que ha dado como resultado una producción de maíz con resultados excelentes de superávit… Aún así, hay algunas deficiencias notables, como la excesiva dependencia de la ayuda humanitaria y de un producto con demasiadas prohibiciones internacionales: el tabaco; además aún está pendiente la ampliación de la educación gratuita al grado secundario y la facilitación de los estudios universitarios, la mejora de los servicios sociales (sobre todo el sanitario, que aunque gratuito, aún es deficiente), así como la mejora del sector industrial. En cierto sentido y como muchos de los países africanos, Malawi, a pesar de ser independiente políticamente, económicamente es todavía un país esclavo de la dependencia.

Son esas las cosas de las que hablo con los malawianos en las entrevistas. Les pregunto qué se ha hecho bien, qué se ha hecho mal, qué echan en falta, su opinión sobre tal o cual tema… El hecho de que a un aldeano perdido en la montaña (o a un abandonado urbanita, da igual) le venga un periodista de la otra punta del mundo a preguntarle su punto de vista sobre estos aspectos y luego le haga un retrato, en cierto modo le hace sentirse importante: “¿Por qué, de entre los más de diez millones de malawianos que hay, por qué ha venido este periodista a hablar conmigo? ¡Por supuesto que te concedo la entrevista, el retrato, el teléfono y lo que quieras!”.

Cuando acabamos, me siento contento y privilegiado por haber podido inducir de alguna forma ese rato de entretenida charla sincera, simple y a la vez solemne que ambos hemos compartido. Si no lo siento, es que la entrevista no ha sido natural, es que algo ha ido mal, es que quizás ha sido demasiado forzada… Entonces me voy preocupado y triste por haberle, de algún modo, usurpado su intimidad.

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