Saturday, July 3, 2010

DIA 10. El Know-How


Empiezo a pensar en la posible monotonía del resultado final de todo este trabajo: una serie de retratos con las vidas de la gente de Malawi. Eso no hay quien se lo trague. ¿Quién va a leer las historias? Somos el Homo Videns, el hombre que ve, la sociedad del espectáculo, pedimos imágenes que cuenten mucho en poco tiempo, no historias repetitivas y retratos idénticos. ¿Idénticos? ¿De verdad estoy haciendo retratos idénticos? Honestamente, creo en la singularidad del individuo: no hay dos personas iguales, no hay masa. Todo hombre tiene una gran historia que contar y solo hay que tender la mano para escucharla. Es un proceso muy complicado y sobre todo lento, pero es posible. Por ello intento convencerme de que el reportaje puede ser interesante: cualquier persona de cualquier condición puede decir lo que quiera (incluso mentirme, cosa que creo que ya han hecho), y eso quedará registrado. Sin embargo, de nuevo, algo falla: no veo un hilo argumental, no veo una narración, no veo la historia. Pero, ¿de verdad es tan necesaria la dichosa historia? ¿No basta con hacer este trabajo antropológico de campo? ¿No es una riqueza el saber qué piensa el ciudadano de a pie sobre su país, las oportunidades que ofrece, el modelo de familia, las tradiciones, la religión, el gobierno y la vida en general? Sinceramente, no lo sé. Sigo pensando en ello cuando me acuesto, sigo escribiéndolo en mi diario.

De vez en cuando tengo que cambiar el chip y hacer otro tipo de fotos, por ejemplo, las fotos que tengo que entregarle a las ONG que están colaborando aquí. Para mí son las fotos más aburridas y las más difíciles, porque cuando hago retratos tengo el permiso del fotografiado y el tiempo necesario, pero ir por el hospital fotografiando enfermos me es totalmente desagradable. Me parece un hurto, un asalto a mano armada. Cuando hago una foto me apropio de la identidad de alguien. ¿Qué menos que pedirle permiso? ¿A quién le gustaría que, estando convaleciente, venga una persona, te mire de arriba abajo y considerando que eres válido para su trabajo, te haga una foto y se vaya? Creo que a nadie. Y sin embargo tengo que hacerlas. He de documentar todo esto. Esa es la parte más profesional, la menos creativa.

Hoy ha sido un día tranquilo. A pesar de haberme levantado a las 6:30 (por fin, lo estoy consiguiendo) he pasado el día viajando de Kapiri a Mlale, donde he vuelto a establecer mi campamento base. En dos días se va el grupo de cooperantes sevillanos con los que vine, y estoy aquí para despedirlos y a terminar las entrevistas en el medio rural. Entonces me quedaré totalmente solo. Probablemente me vaya la última semana a la capital a conocer a su gente. Toca ir a la city.

Pienso en muchas de las cosas que hablé ayer con la Hermana Patricia. Recuerdo dos en la que hizo especial hincapié: la primera cosa que me preguntó fue por qué estaba haciendo esto, qué era lo que quería transmitir. Le di una respuesta que no se muy bien si era lo que yo realmente pensaba sobre este trabajo o lo que quería que ella escuchara. Le dije que no quería transmitir ningún mensaje (¿seguro?), que no quería dirigir el pensamiento de nadie (¿ciertamente?), que lo único que pretendía es darle voz a los malawianos, a todos, sin distinción de edad, sexo o condición social, que hablasen de sus vidas y le contaran algo al mundo, lo que quisieran. Esa fue mi respuesta, y hoy sigo preguntándome: ¿Realmente es así?

La segunda cosa que me aconsejó fue que si de verdad quería hacer eso, que no perdiera el tiempo fotografiando paisajes, lagos, puestas de sol y chorradas de ese tipo. La verdad que me gustó que me dijera eso, porque era lo que estaba haciendo; aunque no deja de ser un consejo (ya lo he dicho, no escucho consejos) ahora tengo la sensación de que el trabajo va por buen camino. La tentación de hacer fotografía en la calle, en el lago, en los ríos, las montañas, etc., son innumerables, y de hecho a veces las hago (documento, me digo a mi mismo, esto es un documento), pero intento centrarme en que la mayoría de las horas de luz (de seis de la mañana a seis de la tarde) sean para el trabajo que he venido a hacer, con los puntuales descansos para las comidas.

Hay muchas formas de acercarse al entrevistado. Hay quien prefiere hacerlo cámara en mano desde el principio, para no engañar y desde el primer vistazo dejar claro quién eres. Otros, como yo, utilizamos otra táctica: en vez de echar el anzuelo y esperar a ver si algún pez pica, prefiero observar el mar y sacar la red a destajo cuando ya lo he visto. De forma que si, por ejemplo, voy a un mercado, empiezo a pasear, me empiezan a ofrecer productos, empezamos a hablar y de repente considero que un sujeto me puede proporcionar una entrevista interesante (¿estoy ya haciendo yo una criba personal?), entonces es cuando le suelto la parrafada: “Me llamo Gonzalo, vengo de España y soy periodista (¿lo soy?), estoy haciendo un reportaje sobre la gente de Malawi, ¿le gustaría participar?” Normalmente aceptan (tampoco tienen mucho más que hacer) y entonces les explico que tenemos que hacer una entrevista y luego una sesión de fotos (que suele ser el momento del alboroto y del espectáculo). Les hablo de la intención del futuro libro (que aún no sé si habrá libro), y les hago firmar un acuerdo en el que me dan su consentimiento para publicar tanto la foto como la entrevista. Dependiendo de la situación, hacemos todo el proceso en la mesa de un restaurante, sentados en el césped de un hotel, en su casa si está cerca o en un camino de tierra, donde surja. Lo único que siempre intento es que se encuentren cómodos y relajados y que en la foto salga al menos algún elemento que los caracterice: su tienda, un instrumento de trabajo, un uniforme... Al final de la entrevista nos intercambiamos los contactos. No me voy hasta que no tengo una dirección y un número de teléfono suyo, de su hermana o de su abuela, me da igual, pero siempre un número y una dirección, por varias razones: primero, para enviarle las fotos, como acto de deferencia; segundo, porque nunca se sabe las vueltas que da la vida y cuando puedo necesitar localizarlos.

Ese es, en resumen, mi modus operandi. Me gusta hacerlo así y no sé si con una persona al lado, un ayudante, sería capaz de hacerlo de este modo. Por una parte, a veces echas de menos compañía, alguien que te ayude con el equipo, con las entrevistas, con las localizaciones o simplemente alguien con quién comentar la jornada y buscar formas de mejorar al día siguiente; pero por otra parte, pienso que con una persona siempre al lado perdería bastante libertad de movimiento. Me gusta ir donde me lleve el viento, pararme a hablar con quien me dé el destino, hacer de la entrevista una conversación de tú a tú, algo personal. Y con un equipo de personas a tu alrededor, eso es muy difícil.

Por eso, en el campo de la documentación, hoy por hoy prefiero la idea del llanero solitario.

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