Saturday, July 3, 2010

DIA 13, Son sueños.


Ayer tenía pensado escribir sobre el excelente estado de salud en el que me encontraba. Ni una diarrea, ni una picadura, ni un mareo..., y del esguince de tobillo ni rastro. No daba crédito. Pues bien, eso fue ayer, no hoy.

Cuando viajas a África te advierten de todos los males habidos y por haber que pueden afectarte: malaria, sida, insectos, diarreas… nada bueno. Así que pasas las primeras semanas con mucha precaución, bebiendo agua de botella, cuidando las comidas, usando repelente de mosquitos y tomándote las pastillas necesarias. Cuando pasa ese período inicial, adviertes que no es para tanto y te relajas un poco en los hábitos de salud. Ahí es cuando caes. Ahí estoy yo. Ayer caí, y bien caído.

Deje de escribir a eso de las diez de la noche. Acabé mi relato del día 12 y me dispuse a leer un poco. Tenía la vista un poco cansada porque había estado mirando la pantalla del portátil mucho tiempo, primero viendo las fotos del día y luego escribiendo el diario. La única luz que había en la habitación, además de la que proyectaba la pantallita del minúsculo ordenador, era la de una vela que había encendido dos horas antes.

Terminé, digo, y me dirigí a la cama. Noté que algo iba mal. Me sentí un poco mareado. En mi mesilla de noche me esperaban un libro, un cuaderno de notas de Malawi y el periódico del día. Quería leerlo todo. No leí nada. Comprendí que lo del mareo no era ninguna tontería cuando la habitación empezó a dar vueltas. Tal cual. Había escuchado esa expresión muchas veces y siempre pensé que no era más que eso, una expresión. Así que conscientemente me concentré en mirar un punto, la puerta. Ésta empezó a girar cíclicamente como si fuese un ventilador. Cambié de punto, la lámpara. Giraba igual. No daba crédito, pues verdaderamente la habitación estaba dando vueltas. Cerré los ojos a ver si cesaba el parque de atracciones en el que estaba inmerso. Nada más cerrarlos noté que perdía el equilibrio, lo cual me produjo una náusea vomitiva. Me levanté y fui y al baño. Eructé. Me sentí mejor, pero solo durante unos segundos. Luego llegó la náusea, el dolor de barriga, otra vez las ganas de vomitar, la sensación de desequilibrio, el mareo en general… llegaron todos a una, todos a por mí. Necesitaba respirar aire fresco, así que salí fuera. En mi camino a la puerta me tambaleaba como un borracho. Pensé que de un momento a otro me desplomaría en el suelo, así que emprendí el camino al hospital, tal cual estaba, en pijama en medio de la noche. Cuando llegué allí no había nadie y los guardias dormían, preferí no alarmar a nadie. Las Hermanas, por supuesto, dormían a esa hora. Cuando entré de nuevo en la casa noté que mi habitación despedía un intenso olor a repelente de mosquitos y a cera y mecha quemada. Faltaba el oxígeno. Salí fuera otra vez, respiré aire puro y me volví al cuarto a dormir como pude.

Tengo tres teorías. Primera: lo que viví ayer fue un sueño, un estado onírico que aún hoy se me asemeja tremendamente real, vivido, existente; segunda: dos horas encerrado en el cuarto oliendo a mosy-guard y con la cera ardiendo (ventanas por supuesto cerradas para evitar insectos) acabaron por crear un clima irrespirable y fatigarme, así que al levantarme me vino el mareo de golpe; tercera teoría: la comida. Como rito de iniciación de la vida que me esperaba, ayer empecé a comer en la calle: patatas asadas, pan frito, e incluso un ternero al que yo mismo había visto degollar, desollar, descuartizar y cocinar delante de mí. Algo de eso me había sentado tremendamente mal. Tres teoría, ninguna conclusión. Nunca sabré qué es lo que me pasó ayer, pero por un momento temí que uno de esos malditos mosquitos me había inyectado el peor de los venenos del trópico. Ha sido un aviso, intentaré tener cuidado.

Por lo demás, hoy me desperté temprano y empleé todo el día en hacer las últimas entrevistas en el medio rural, ya que a partir de mañana, que me mudo, todo serán grandes ciudades.

Entre las personas entrevistadas, conseguí por fin a un vendedor de pescado (en Malawi, el pescado seco se vende como rosquillas, que para algo tienen ese pedazo de lago); otro de mis sujetos retratados fue un musulmán en principio reacio a la entrevista, de buena posición social (buen sueldo y buen coche) y muy ocupado (el teléfono no paró de sonar), propietario de un bar y un billar (tuve que volver a jugar, empiezo a ver en el billar un buen gancho para las entrevistas); entrevisté también a un jefe de obra, un chico bastante inteligente que sin embargo cobra cuatro perras y que, como la mayoría de los malawianos, ha tenido que dejar la universidad a mitad por falta de dinero; hice por primera vez una entrevista doble a dos hermanos que se dedicaban a vender patatas y carne en la calle (les he seguido en todo el proceso: compra de patatas y ternera, matanza, limpieza, cocina, venta); pero sin duda el más interesante ha sido el jefe de un poblado (el chief, el afumu, todo el mundo lo llama así), el cual me ha enseñado su casa, su familia, el poblado del que se hacer cargo, y me ha hablado de sus funciones, de sus deberes para con el afumu de los afumus (el jefe de los jefes) ante el cual él rinde cuentas. Su casa estaba llena de sacos de maíz recogidos por su familia hace unos meses. Lo que tiene almacenado le sirve para alimentarse todo el año, así hasta la recogida de la próxima temporada. Y de nuevo vuelta a empezar el año próximo, si el tiempo ayuda, claro.

Si al final este urbanita que llevo dentro acabará aprendiendo lo que de agricultura y ganadería nunca ha sabido por vivir donde ha vivido, por un sistema educativo penoso y por falta de curiosidad.

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